El mes internacional de la Biblia se celebra en setiembre por parte de todas las Iglesia cristianas: católica, ortodoxa y evangélica, precisamente porque el 30 del corriente se conmemora al más grande biblista de todos los tiempos, San Jerónimo. El domingo anterior, es el Día Bíblico Nacional, según resolución de la CEA, de marzo de 1961. Se realizan actos conjuntos o denominacionales. En los fieles católicos hay indulgencias por su lectura.

El Catecismo de la Iglesia Católica nº 103 y 141, haciéndose eco de la Dei Verbum nº 21, señala que la Iglesia siempre ha venerado las Sagradas Escrituras como venera también el cuerpo sacramental de Jesús Resucitado.

Y así como con la custodia se bendice con el Santísimo Sacramento expuesto, el obispo, después de proclamado el Evangelio, puede bendecir a los fieles con el libro que los contiene, es decir, el Evangeliario, en un gesto análogo a la bendición eucarística, que corrobora lo dicho en el párrafo anterior (IGMR, CEA, 2005, nº 175).

Además, así como las procesiones comenzaron con el Cuerpo Resucitado del Señor (Eucaristía), también el corazón de las Sagradas Escrituras (Los Evangelios, Cat. 125.127.139), contenido en el Evangeliario, es llevado en procesión, principalmente en las celebraciones litúrgicas, al comienzo de la misa, por el lector o el diácono, levemente levantado hasta ser depositado en el altar hasta el momento de su proclamación, en que nuevamente es llevado en procesión desde el altar hasta el ambón, y luego desde allí hasta la sede del obispo para que imparta la bendición. Finalmente es llevado levemente elevado como al principio en la procesión de salida; estos actos no pueden ser suplidos por el Leccionario (IGMR nº 120 d.172.173.175.186).

Autor y autores de la Biblia: Si bien Dios es el autor de las Sagradas Escrituras (Cat 105), los autores humanos inspirados por Él son también verdaderos autores (Cat. 106) porque emplearon todas sus facultades y talentos en la escritura de los libros.

Estos libros enseñan la verdad: Quién es Dios y su plan de salvar (Cat 107.51. Comp. 6.18), y no hay por qué tomarlos como libros científicos (en el sentido de la ciencia empírica), ni históricos ni geográficos, en tanto y en cuanto no encierren en ese ropaje literario la verdad salvífica sobre Dios y su voluntad que Él pretende comunicar.

De todas maneras, la fe cristiana no es una religión "del Libro”, sino de una Persona Viva, Jesús Resucitado, a quien se sigue.

Para interpretar el sentido de los libros inspirados hay que descubrir la intención de los autores, por lo cual es preciso conocer las condiciones del tiempo y la cultura en que escribió cada uno. Esto se logra conociendo los "géneros literarios”. Pues la verdad se expresa de modo diverso en los libros históricos, proféticos, sapienciales, apocalípticos o en las cartas, para citar algunos (Cat. 110).

Además, se debe considerar la unidad de todos los libros bíblicos, cómo se han interpretado en el seno de la comunidad cristiana a través de los siglos, y la cohesión que guardan entre sí las verdades manifestadas en los distintos libros sagrados.

No olvidemos que Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio contribuyen, cada uno a su modo, a la salvación integral de los hombres.

La tradición espiritual de la Iglesia ha visto siempre en las Sagradas Escrituras 4 sentidos: El literal, que enseña los hechos. (Ejemplo: Pascua: El Paso del Mar Rojo por lo judíos, de la esclavitud a la libertad); el espiritual alegórico, que se refiere a cómo como toda la Biblia se refiere a Jesús, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (Lc. 24,27.44), o a la Iglesia de Jesús, su Esposa (Ej.: Pascua: el paso de la muerte a la vida, la Resurrección corporal y gloriosa de Jesús) (En la Iglesia: El Bautismo, paso de la esclavitud del pecado a la vida de la gracia); el sentido espiritual moral, que se refiere a cómo los textos de las Divinas Letras se aplican en forma personal a cada uno de nosotros para nuestra instrucción y buen obrar (Ej: Pascua en mí: paso de una vida desordenada a una vida de amistad con Dios, conversión).

Y finalmente el sentido espiritual analógico o escatológico (anagogé o eschatón, del gr., el tiempo final), que indica cómo todas las realidades bíblicas se aplican también al final de nuestra historia, tanto personal como comunitaria (Ej: Pascua: La Resurrección Final y Transfiguración del Universo).