Ellos lo vieron primero. En sus mentes de artistas y arquitectos pudieron antes que nadie visualizar lo que sería el nuevo Museo Franklin Rawson. Ese edificio que dejó de ser un casino para convertirse en una de las obras emblemáticas del arte contemporáneo. Es que Carlos Gómez Centurión y Gustavo Suárez, ambos arquitectos y artistas, aunque uno reconocido y el otro puertas adentro, se conocen desde el primer año de la carrera, y desde entonces no sólo consolidaron una gran amistad, sino también una pasión por lo que hacen. Una afirmación que surge luego de conocer algunas de sus obras y de su historia personal y profesional. A ellos se sumó hace 10 años, Laura Elizondo, quien comenzó como dibujante y pronto, los socios originarios del estudio descubrieron un "gran talento".
Carlos es reconocido como artista plástico y acaba de exponer en el Museo Sívori de Buenos Aires, especialmente invitado para mostrar parte de su obra "Digo la Cordillera" (ver en página 5), mientras que Gustavo aún no se anima a mostrar el libro que prepara desde hace tiempo y nadie sabe muy bien de qué se trata. En cambio resulta más difícil para él guardar con tanto hermetismo sus dibujos que a criterio de Carlos "son muy, muy buenos, pero prefiere hacerlos para él nada más".
Una vez recibidos instalaron su propio estudio en Capital Federal desde donde proyectaron obras de la magnitud del "Centro Cultural Mercado Sur"" en Guayaquil, Ecuador, una obra de Gustav Eiffel ("nada más y nada menos", como dice Carlos, que debieron reciclar completamente pero conservando el edificio histórico. Valga la similitud con el museo local, que antes era casino, allí funcionaba un mercado de frutas y hortalizas que debía ser transformado en centro para la cultura.
Para ambos esta fue una de las obras más importantes en su haber por la proyección que tiene en la actualidad y que para poder graficarla alcanza con decir que fue inaugurado con la muestra de Rembrandt.
Una vida de trabajo juntos, en gran parte dedicada a la arquitectura para la cultura, si se permite el término, pero que en definitiva pinta la razón por la cual el Consejo Federal de Inversiones reconociera a este estudio como el más capacitado para hacer el Franklin Rawson.
Una vez que tuvieron en sus manos la base del edificio histórico del ex casino que debía ser respetado a rajatabla, lo primero que hicieron fue corroborar si cabía toda colección existente, aun sabiendo que en la actualidad construir un museo es mucho más que crear un espacio para guardar cuadros. Como lo exige el arte contemporáneo se necesitan lugares más amplios, áreas de reunión, auditorio, entre otros aspectos que aquí han sido contemplados.
"Sin lugar a dudas hay que reconocer que esta obra siempre estuvo monitoreada por el gobernador José Luis Gioja. Cada 20 días teníamos un reunión con él en la que planteamos diferentes situaciones como la necesidad de duplicar la superficie y lo entendió perfectamente", explica Carlos.
Ahí fue cuando se tomó la decisión de utilizar el espacio que oficiaba de una especie de derivador de tránsito, pero que en realidad se usaba para estacionar, que está justo al lado del ex casino. Este no era un detalle menor porque comenzaba otro desafío: Lograr que quedara ensamblado al edificio histórico.
"El tema era lograr un estricto respecto al edificio y que no se viera como un agregado. La gracia de una ampliación es que se vea como una sola cosa. Además se tomó otra medida, la colección iría al casino por un tema de altura porque es toda pintura de caballete, cambiamos el acceso y se generó uno nuevo que es el gran hall vidriado. Eso divide, hacia la izquierda la colección y otras salas temporarias y a la derecha la gran sala de exposiciones temporarias que tiene siete metros de altura. Hay que pensar que la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta tiene seis metros de altura y es una de las salas mas altas que hay", indica el arquitecto.
A esto se suma que cada sector tiene su propio depósito con el fin de preservar los cuadros y brindar seguridad.
En el subsuelo está ubicado un moderno auditorio de 175 butacas, con proyección y traducción simultánea, entre decenas de detalles más que lo convierten en la obra cultural más importantes de la provincia con proyección nacional.
Carlos confiesa que nunca se hubiera imaginado que se construyera un museo de estas características. "Esta fue una decisión política, sin eso no se hubiera podido hacer nada. Hoy no se concibe un museo sin un auditorio sin una altura enorme de la sala porque un museo se piensa 50 años para adelante y la tendencia del arte contemporáneo es cada vez más grande".
Un detalle anecdótico pero que sirve para tomar magnitud de esta obra fueron las palabras del artista plástico, Daniel Santoro, que participó hace unos días en la Feria de la Cultura de Rawson y expresó que "quizá todavía no tengan idea de lo que va a significar este museo para San Juan, y que será uno de los más importantes del país en arte contemporáneo y todos los artistas van a querer venir a exponer acá". A eso agregó que "se nota que quien lo diseñó está vinculado al arte".
Esta obra pensada por ellos y Laura Elizondo, quien se sumó al equipo hace 10 años aproximadamente, también contó con el apoyo de la Dirección de Arquitectura de la provincia, cuyo personal encabezado por el arquitecto Jorge Roldán y el ingeniero Eugenio Montes, tuvieron un papel protagónico.
La historia profesional de Carlos y Gustavo, quien desde 1985 decidió radicarse en San Juan, no termina aquí ya que en este momento están dedicados a la construcción del Centro Cultural de Plaza Huincul en Neuquén.
Las decisiones en este estudio se toman en conjunto, y así lo confiesan, gracias a que tienen una mirada similar sobre la arquitectura ligada al arte y a la cultura. Una mirada que sirve para seguir proyectándose no sólo en el espacio sino también en el tiempo.
