Cansado, eufórico, dando dos pasos por cada uno de los que daban sus acompañantes, Carlos Rojas recorrió los últimos kilómetros que lo separaban del paraje Difunta Correa con un nudo en la garganta. "Tengo 42 años y vengo a agradecer que la Difunta me ayudó a recibirme de maestro mayor de obras. Me quedaban 2 materias que nunca había rendido y cuando el día del censo, el año pasado, tuve que decirle a la encuestadora que tenía estudios incompletos, me cayó la ficha. Le pedí luz a la Difunta, estudié y me recibí: ¿cómo no voy a venir a agradecerle", dijo en voz alta. Ayer, Viernes Santo, la historia de Carlos Rojas fue una de las que recorrieron la Senda del Peregrino, desde Caucete hasta el cerro donde la difuntita entregó la vida al desierto, convirtiéndose desde entonces en el lugar donde todos quieren ir a pedir, a cumplir y agradecer por los favores recibidos.
A otro ritmo, el que marcaban los pasos de los caminantes, la senda tuvo su primera Semana Santa desde que fue inaugurada. Antes habían sido los jinetes de la Cabalgata de la Fe los que habían transitado por el asfalto recién terminado, y ahora fueron los promesantes, abrigados en la oscuridad de una noche que no siempre les fue propicia: el viento Zonda, cargado de tierra, obligó a parar más de una vez para recuperar el aire a bocanadas, mojar los labios secos en algún sorbo de agua y aliviar los pies cansados.
De los motivos de los peregrinos, dos fueron los más presentes: salud y trabajo. Como la razón que invocaron Miguel Angel Uliarte y Alfredo Peralta, amigos y compañeros de trabajo. "Venimos desde hace 7 años. Somos amigos porque trabajamos juntos en la feria y estamos acá para agradecerle a la Difunta que tenemos trabajo y que el pan no nos falta", dijo Miguel Angel. Y Verónica Elizondo junto a su papá, Benito Elizondo, aludió la misma motivación al afirmar que "la Difunta me ayudó a encontrar trabajo y por eso, yo vengo a agradecerle desde hace 6 años".
La otra promesa que más apareció entre los peregrinos fue la salud. Pese a que caminaba con muletas, Narciso González no se amedrentó por lo duro de la caminata y junto a su esposa y dos hijos, decidió ir a pedirle a la Difunta por su recuperación. "Tuve un accidente en la moto y me quedó un problema en la rodilla. Como me tienen que operar vine a ponerme en sus manos, para que me cuide y que todo salga bien", dijo. Mientras, el joven matrimonio integrado por Walter Aballay y Claudia Gramajo avanzaba por la senda empujando el carrito donde dormía su pequeña hija Melani. "Hemos venido a pedir por otra de nuestras hijas, Priscilla, de 3 años. Tiene convulsiones y nosotros estamos seguros que la Difunta Correa la va a ayudar a sanar", dijo Walter emocionado.
Cada uno de los refugios ubicados al costado de la senda, equipados con mesas y bancos para el descanso de los peregrinos, era un hervidero. Bajo el techo a dos aguas confraternizaban distintos grupos, que aprovechaban el momento para compartir un mate o un café, desconocidos hermanados entre sí por la devoción y la fe. Después retomaron la marcha, oscuras siluetas recortándose en el amanecer sanjuanino, para llegar al lugar donde cumplirían su promesa o pedirían por aquello que, el año que viene, los traerá a recorrer por la misma senda.
