Con motivo de cumplir el tercer mandato republicano, el presidente de Chile, Sebastián Piñera, dirigió su mensaje anual ante el Parlamento con un tono conciliador llamando a la unidad nacional y reconoció los errores de su gestión por lo que pidió "perdón a los chilenos”, en tanto afuera del recinto del Congreso arreciaban las protestas callejeras.

En su discurso de dos horas de duración, el mandatario trasandino ratificó la premisa de responsabilidad esbozada por el oficialismo durante las últimas semanas, afirmando que "honestamente, siento que hemos cumplido con Chile. Todos quisiéramos ir más rápido, pero no podemos arriesgar un descarrilamiento de nuestra economía”, según expresó el cuestionado presidente en un ámbito legislativo desfavorable, e indisimulable, según las pancartas que se elevaban desde las bancadas opositoras en un marcado quiebre con el oficialismo. Tal vez por eso reiteró el pedido de perdón por los errores cometidos y las promesas de reencauzar la gestión, recordando que tanto él como todos los miembros de su gabinete han trabajado denodadamente para hacer bien las cosas, aunque no se dieron del todo bien.

Aclaró, además, que la reconstrucción de las zonas afectadas por el tremendo sismo en vísperas de su asunción, es una pesada carga que espera terminar dentro de poco y la crisis de la educación, una de las demandas basales de la sociedad chilena, fue abordada por el mensaje aunque con el pleno rechazo de Piñera a la gratuidad universal que le exigieran cientos de miles de estudiantes durante las marchas que paralizaron el país el año pasado y se suceden también ahora. Como contrapartida, ponderó la situación económica chilena, acaso uno de los grandes argumentos en los que se sustenta el gobierno, como basamento del crecimiento del 6% del PBI, que llevó a la creación de 700.000 empleos, y redujo al 6,6% la tasa de desocupación.

Para los observadores externos, la trascendencia de esta rendición de cuentas a los representantes del pueblo, se refleja en la calidad institucional de Chile, donde sin duda se desarrolla plenamente la democracia, lo que convalida la calificación de país serio, con reglas de juego claras y respetadas a rajatabla como garantía constitucional. No es fácil que un presidente rinda cuenta ante el Congreso, reconozca sus errores, prometa enmendarlos y asuma su responsabilidad en un ámbito que estuvo lejos de los mensajes rutinarios de buenas intenciones políticas, omisiones convenientes y promesas irrealizables que se coronan con aplausos y ovaciones de militantes.