Celeste Trincado arropaba a uno de los heridos, con traumatismo encefalocraneano. Ella, con sus rodillas en el piso; él, acostado sobre la ruta y tapado con una campera de la chica. ‘Me preguntaba por su papá, quería saber cómo estaba y yo trataba de tranquilizarlo. Pero entonces otro herido, que estaba cerquita, le dijo que su padre estaba muerto. Fue muy duro, un momento que no me voy a olvidar nunca. El chico quedó desconsolado y yo sólo traté de decirle que lo iba a acompañar, que no lo iba a dejar solo. Me separé de él cuando lo buscó la ambulancia‘, contó Celeste. Ella y sus compañeros de sexto año de Medicina de la Universidad Católica de Cuyo, que justo pasaban por ahí, sacaron chapa de héroes al dar los primeros auxilios y salvar vidas en una noche trágica. Pese a su inexperiencia, su rol de asistencia fue clave para diagnosticar y etiquetar heridos y acelerar el proceso de traslado cuando llegaron las ambulancias.
El grupo bajaba del campamento de Barrick en Veladero, luego de una práctica de medicina en alta montaña. Venían charlando y escuchando música en el colectivo cuando los faros alumbraron a un hombre lleno de tierra y sangre que hacía señas desesperadamente en la negrura de la noche. Cuando se enteraron del accidente, unos bajaron el barranco y otros trataron de armar un perímetro de seguridad. Todo era oscuro, frío y con un viento que no daba tregua. ‘Algunas víctimas llegaron caminando a la ruta, pero se tiraron en la banquina. Era desolador, no había luz, estábamos lejos de todo y no sabíamos la cantidad de heridos‘, cuenta Emanuel Pizarro.
En medio del desastre y del desorden, ya se habían organizado. Y comenzaron a separar a los heridos por colores: verde para los leves, amarillo para los críticos y rojo para los graves. En el micro encontraron lo que no esperaban etiquetar: tres fallecidos, tres color ‘negro‘.
A los ‘verdes‘ los mandaron a hospitales en la caja de una camioneta y el auto de dos personas que pararon en la ruta.
‘Quería llegar al colectivo, pero en el camino del barranco iba encontrando heridos, así que los asistía y ayudaba a subir. En un momento, uno de los chicos halló a una persona muy grave, así que lo subimos a una tabla y lo llevamos a la banquina. Estaba agonizando y le hicimos RCP (reanimación cardio pulmonar), pero no respondió. Murió entre los heridos y uno de los chicos lo tapó con una de las mantas del colectivo‘, relató Adrián Bórbore, quien es enfermero y estudia para ser médico.
‘Había muchos con heridas que sangraban demasiado y mientras le poníamos suero, les hacíamos compresión con las manos‘, agregó Celeste, quien a la espera de gasas apretó el cuero cabelludo desprendido de un herido. Algunos estudiantes usaron guantes, otros directamente atendieron sin esa protección.
Como el frío era intenso, los chicos se sacaron las camperas que les había dado Barrick para abrigar a las víctimas, usaron las mantas y hasta las almohadas del micro. Para evitar la hipotermia, calentaban los empaques de los sueros en los motores de los autos, antes de hacer intravenosas a los heridos. Y el único estetoscopio que tenían pasaba de mano en mano. ‘Cuando auscultábamos y no podíamos escuchar, gritábamos para pedir silencio y todos se quedaban callados. No hubo un líder, actuamos como un equipo‘, dijo Marta Oviedo.
A esa altura ya hasta habían ubicado algunos vehículos de forma que sus luces apuntaran a la escena del accidente. Cuando llegaron las ambulancias, los estudiantes tenían etiquetados a los heridos con sus diagnósticos y algunos hasta estaban compensados. Los chicos se quedaron en el lugar hasta que retiraron a las últimas 3 víctimas. En la Terminal, cuando llegaron, fueron felicitados por las autoridades médicas y les ofrecieron asistencia psicológica. ‘En el ruta pudo pasar un micro con obreros o turistas, que no sé si hubiesen dado la misma asistencia. Qué justo que nos tocara a nosotros, a lo mejor fue obra de Dios‘, cerró Marta.
