Sentado en lo más alto del andamiaje de madera, con la cabeza y los hombros echados hacia atrás, doliéndole el cuello, chorreándole la pintura por la cara, escociéndole los ojos, Miguel Ángel trabajaba día tras día del alba hasta el anochecer en sus monumentales frescos de la Capilla Sixtina, en el techo del Vaticano, en Roma.

La Capilla Sixtina es uno de los más famosos tesoros artísticos de la Ciudad del Vaticano, construida entre el 1471 y el 1484, en la época del papa Sixto IV, de donde procede el nombre por el que es conocida, aunque inicialmente se llamó Capilla Palatina. Su arquitecto fue Giovanni d’Dolci siguiendo los modelos de las antiguas plantas basilicales romanas las cuales por su parte se inspiraban estructural y arquitectónicamente en antiguos edificios griegos como el Consejo del Ágora ateniense.

A veces trabajaba hasta 30 días sin parar. Se sentía enfermo de dolor, sufría vértigos y temía estar perdiendo la vista. En 1510, a la mitad de su maratónica tarea, escribió un poema en el que declaró, traducido libremente: "Estoy donde no debo: ¡no soy pintor!’

En efecto, Michelangelo Buonarroti se consideraba primero y más que nada escultor de mármol, y tenía muy mal concepto de sus habilidades pictóricas. Nacido en 1475, tenía 33 años cuando el Papa Julio II lo mandó llamar a Roma y le encargó semejante obra.

Hace 500 años, Miguel Ángel Buonarroti, conocido como "El Divino’ entre sus contemporáneos, finalizó una de las obras cumbre de la pintura occidental: los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina. El trabajo le reportó al artista la admiración de los romanos y tres mil ducados, que fueron los emolumentos que recibió del Papa Julio II. Fueron cuatro años de trabajo, condicionado por las dificultades de pintar en un andamio, a más de 20 metros de altura, y tumbado.

El gran encargo

Esta historia comienza en 1503, cuando el recién nombrado Julio II encargó a Miguel Ángel la construcción de su futuro sepulcro. A pesar de contar entonces con tan solo 29 años, el artista de Caprese gozaba de una excelente reputación a causa de su Piedad y, no menos importante, un gran predicamento ante el Padre Santo. Cuando Miguel Ángel llegó a Roma para hacerse cargo del proyecto, Julio II le encomendó la reforma de la iglesia de San Pedro, lugar en el que se cobijaría el sepulcro. Sin embargo, tras desavenencias con el Papa, Miguel Ángel marchó a Florencia, abandonando el encargo. Meses después, El Divino recibió una misiva del Vaticano exigiéndole que regresara a Roma. Temiendo la cólera del Pontífice, Miguel Ángel llegó a plantearse el exilio a Constantinopla, donde el sultán Beyazid quería que diseñara un gran puente sobre el Cuerno de Oro. Sin embargo, finalmente optó por acudir a la cita con Julio II. A pesar de los temores, la reconciliación fue total, pero Miguel Ángel no retomó sus antiguos proyectos. Bramante, que sentía una natural animadversión hacia Miguel Ángel, convenció al Papa para que desistiera de construir su sepulcro en vida, considerándolo como mal agüero, y que le encargara la pintura de la bóveda de la Capilla Sixtina, pensando que el autor de El David no dominaba la técnica del fresco y fracasaría en este encargo. El tiempo ha demostrado que Bramante fue un excelente arquitecto, pero un pésimo conspirador.

Una chica que hizo historia

Su nombre real es Annelies Marie Frank. Pero trascendió sencillamente como Ana Frank. Ella era una niña judía que nació en Alemania el 12 de junio de 1929, pero huyendo de la barbarie nazi durante la Segunda Guerra Mundial, terminó escondiéndose en un refugio en Holanda. Su vida era normal y corriente hasta que con sus papás Otto y Edith, su hermana mayor Margot, Fritz Pfeffer (un dentista judío al que Ana dio el nombre de Albert Dussel en su diario), y la familia van Pels (los van Daan en el diario), formada por Hermann y Auguste van Pels y el hijo de ambos, Peter, idearon un método para salvarse del genocidio.

Unos días antes de ocupar el "anexo”, tal como Ana llamaba al refugio que se abría tras correr una estantería en las oficinas de un viejo edificio en el lado occidental de Amsterdam, empezó a utilizar aquel diario que le regalaron cuando cumplió 12 años.

Día tras día, los que fueron espaciándose según los riesgos, ella escribió lo que sucedía hasta que el 4 de agosto de 1944, un informador holandés guió a la Gestapo hasta el escondite y todos fueron arrestados y llevados a distintos campos de concentración. Miep Gies y Bep Voskuijl, dos de las personas que los protegieron mientras estuvieron escondidos, encontraron y guardaron el Diario, hasta que Otto, el padre de Ana y único sobreviviente de todos los que se refugiaron, decidió inmortalizarlo en 1947 convirtiéndolo en un libro que no sólo ha dado la vuelta al mundo sino que sigue estremeciendo al día de hoy a toda la humanidad.

Ana murió el 12 de marzo de 1945 en el campo de concentración de Bergen-Belsen, por una epidemia de tifus.

El Diario de Ana Frank, que también supo llamarse "La casa de atrás” o "Las habitaciones de atrás” ha sido impreso en 67 idiomas.

Elevar las enseñanzas del antiguo testamento

La idea inicial de Julio II era que Miguel Ángel representara en la bóveda a los 12 apóstoles. Sin embargo, finalmente optó por utilizar diversas escenas del Antiguo Testamento, acompañadas de sibilas y profetas que predicen la llegada de Cristo. Indudablemente, la escena de la Creación de Adán, que ocupa la parte central, es la imagen más icónica de los frescos. Los otros temas ilustrados son la Creación de la luz, la Creación de las plantas y los astros, la Creación del mundo, la Creación de Eva, el Pecado Original y la expulsión del paraíso, el Sacrificio de Noé, el Diluvio Universal y la Embriaguez de Noé.


Curiosidades acerca de la obra

Una de las joyas que se encuentran en el Vaticano, es sin duda alguna la Capilla Sixtina. Fue el Papa Sixto IV quien ordenó la construcción de este tesoro artístico cumbre del renacimiento, y es a él a quien se debe su nombre. Se construyó al reformar la antigua Capilla Magna, sobre el año 1480.

Además de su riqueza artística, la Capilla Sixtina ha cobrado fama por ser el lugar donde se lleva a cabo el cónclave para elegir al nuevo Papa. También se celebra en esta sala la coronación de los pontífices.

Su forma es rectangular, con unos 40 metros de longitud, algo más de 13 metros de ancho y casi 21 de altura. Suele estar abarrotada de gente, y hay vigilantes que piden al viajero no hacer fotografías y estar en silencio.

Sus paredes se decoraron con las historias de Moisés y de Cristo, varios retratos de pontífices, y unas falsas cortinas. Los pintores que comenzaron su decoración fueron Botticeli, Perugino, Ghirlandaio y Rosselli, entre otros.

También se decoraron el coro y el escudo pontificio, que se halla sobre la puerta de entrada. Más adelante se decidió cambiar en parte la decoración de la Capilla y se encargo del trabajo al genial Miguel Ángel, en 1508.

Él fue quien pobló sus techos y sus paredes con sus magníficos frescos; en sus pinturas se reflejan diferentes escenas como el Génesis, la vida de Noé, la creación y caída del hombre, la llegada de Cristo o el famosísimo Juicio Final que se encuentra en la pared del altar, con Jesús en actitud de juzgar con el brazo levantado.

Todos sus frescos son de una belleza extrema. Allá donde miremos, nos quedaremos prendados de tal explosión de arte en su máxima expresión. Una vez allí cuesta abandonar la sala.

Otra curiosidad, cabe recordar que Miguel Ángel era un maestro que solía recrearse en los cuerpos de sus obras, prescindiendo de vestiduras, algo que motivó críticas de la curia vaticana, que acabó pidiendo a otro artista, Daniele de Volterra, cubrir las figuras desnudas del Juicio Final.

Un libro imprescindible para adentrarse en esta fascinante creación es Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos (1550), de Giorgio Vasari, todo un clásico esencial para entender el arte del Renacimiento. Quien se expresó así: "Miguel Ángel, aportó a la pintura el beneficio de unas claridades, que bastaron para iluminar al mundo hundido, desde hacía siglos en tinieblas’.

La Restauración

Los frescos de la Capilla Sixtina, y en especial la bóveda y las lunetas de Miguel Ángel, han sido objeto de numerosas restauraciones, siendo la más reciente de ellas entre 1980 y 1994. Esta restauración tuvo un gran efecto sobre los amantes del arte y los historiadores, ya que colores y detalles que no se habían visto durante siglos salieron a la luz. Se ha llegado a decir que, como resultado, "Todo libro sobre Miguel Ángel deberá reescribirse". Otros historiadores, como James Beckde ArtWatch International, han sido muy críticos con la restauración, diciendo que los restauradores no han captado las verdaderas intenciones del artista. Este es un tema de debate continuo.

Última restauración


Los experimentos preliminares para la última restauración empezaron en 1979. El equipo de restauración estaba formado por Colalucci, Maurizio Rossi, Piergiorgio Bonetti entre otros, quienes tomaron como referencia las Reglas para la restauración de obras de arte que estableció en 1978 Carlo Pietrangeli, el director del Laboratorio Vaticano para la Restauración de Pinturas. Dichas reglas establecen el procedimiento y métodos empleados en la restauración. Una parte importante de esta última restauración, como lo establecen las reglas, fue el estudio y el análisis de la obra artística. Parte de esto fue la grabación de cada etapa del proceso de restauración. Este trabajo corrió a cargo del fotógrafo Takashi Okamurade la Nippon Televisión.

Entre junio de 1980 y octubre de 1984 se llevó a cabo la primera parte de la restauración, que comprendía trabajar en las lunetas hechas por Miguel Ángel. Después de eso, el trabajo se enfocó en la bóveda, que fue completada en diciembre de 1989 y para finalizar se trabajó en el Juicio Final. La restauración se mostró al público el 8 de abril de 1994 cuando Juan Pablo II la desveló. La última parte fue la restauración de los frescos de las paredes, que fue aprobada en 1994 y develada el 11 de diciembre de 1999.