Agachada, con paso lento y quejándose con una voz temblorosa, la mujer de rulos sostenidos con pinzas y una camisola, entró a la Casa de Sarmiento. Luego, colocó una silla que sostenía a duras penas bajo la higuera de la Casa y se sentó. Pronto llamó a unos niños que recorrían el museo y les propuso un juego. Sacó un papel con dobleces que formaban triángulos: “Díganme un número, yo muevo el papel que me hizo mi nietito tantas veces como ustedes me digan y, de ese modo, elijo el nombre de un cuento que les voy a narrar”. Los chicos se entusiasmaron y escucharon el relato con atención. Por eso, la mujer sacó un puñado de chupetines de su canasta y se los regaló. A su alrededor, otros 7 ancianos les proponían diferentes actividades a los transeúntes.

Ninguno era integrante de un contingente de jubilados que recorría la Casa del prócer, sino estudiantes de Teatro del Instituto Pavlova, quienes desarrollaron una intervención artística representando a los adultos mayores para demostrar que ellos son útiles para la sociedad.

La actividad de la abuela Mecha, fue una de las que convocó mayor cantidad de personas. Ella se sentó al frente de la fachada de la casona y su nieta se encargó de sacarle fotos junto a jóvenes, que inmediatamente fueron colgadas en su cuenta de Facebook, Abuela Mecha San Juan. Frente a ella, una anciana integrante de la “Fundación de lucha por la aceptación y tolerancia” (Flato), permanecía de pie con un perchero que sostenía rollos de papel higiénico. Ella entregaba folletos que explicaban por qué los ancianos tienen poco control de sus esfínteres e invitaba a prestar el baño a un adulto mayor cuando lo necesita.

A su vez, otra abuela se acercaba a quienes estaban en la esquina de la calle y los sorprendía ayudándolos a cruzar. Mientras el abuelo Agustín charlaba con quienes andaban por el lugar.

“Nuestra intención es aprobar con esta práctica la materia que estamos cursando y, a la vez, concientizar a las personas sobre el valor que tienen los adultos en la comunidad. Hablamos con muchos abuelos y ellos se sienten útiles y tienen ganas de ayudar, por eso los estamos representando”, contó Carolina Ferrer, sentada en una silla de ruedas en la que personificaba a Dolores, una anciana que alimenta palomas y regala bolsitas con alimento para que otras personas les den de comer.