Crítico y para algunos imposible de revertirlo. Sportivo Desamparados pasa por su peor momento en la B Nacional, que se agudizó ayer tras la caída ante Quilmes de local, que lo mandó directamente a la zona de descenso directo. Lugar donde se vislumbraba que podía caer en cualquier momento, pero del cual puede salir de cara a las 6 fechas que le quedan. Seis finales para por lo menos jugarse la pilcha en una Promoción. Difícil, pero para nada imposible ¿o sí?

Hoy el Puyutano acumula 7 fechas sin triunfo y de local tiene un récord de 10 encuentros sin felicidad. Por ende: ¿psicológicamente está para el milagro? Es toda una incógnita que partido tras partido no tiene respuesta porque las derrotas no le dan aire, no lo dejan pensar, no le permiten una licencia para soñar. Lo complican la semana, la vida y ponen impacientes a los hinchas que se expresan y que insinúan que la bomba está por explotar. Y eso sería condena social, futbolística y un paso atrás gigante.

Esto no es nuevo, pero va tomando ebullición de a poco. El equipo no aparece y el juego menos. Hace 5 fechas llegó Héctor Arzubialde porque con Ricardo Dillon el equipo no podía revertir su presente. No obstante con el cordobés en el banco la solución no llegó. Tres derrotas y dos empates. Además de haber recibido goles en todos estas presentaciones.

Ayer el hincha explotó. "Que se vayan todos… que no queden ni uno solo…", retumbó en el estadio del Bicentenario y ese mensaje toca cada vez más al plantel. En lo más profundo. Es esa presión que genera en sus piernas y cabeza. La misma que lleva a en la cancha ser un tibio y por momentos estéril intento de mantener la plaza.

Un triunfo puede cambiar todo. Anímicamente levantarse, así dicen. Hoy y mientras los números den, y pese a que la mecha ya está encendida, debe tratar de apagarla, de mojar esa pólvora negativa y maléfica. Un triunfo pide para saber si eso es lo que necesita este Desamparados para cambiar. Aunque no hay mucho tiempo, pero los números todavía le dan. El Puyutano todavía tiene vida, pero con el marcapasos conectado.

Por Sebastián Marengo