�El texto, de 31 páginas en inglés (40 en castellano), vincula la suerte de las grandes potencias emisoras de gases de efecto invernadero, como EEUU y China, a la de las pequeñas islas del Pacífico amenazadas por la subida del nivel de los océanos.
Los países industrializados deberán ayudar financieramente a los países en desarrollo. Pero las potencias emergentes que lo deseen, como de hecho ya ha empezado a hacer China, podrán hacerlo también, de forma voluntaria.
Todos los países se comprometen a controlar mutuamente sus planes de reducción de emisiones, con plazos quinquenales. El objetivo es que esas emisiones, principales responsables del calentamiento del planeta hasta niveles récord, dejen de aumentar ‘lo antes posible‘ y luego se reduzcan ‘rápidamente‘.
El texto propone limitar el aumento de la temperatura del planeta ‘muy por debajo de 2 C con respecto a los niveles preindustriales‘, y ‘seguir esforzándose por limitar el aumento de la temperatura a 1,5 C‘.
Eso satisface tanto a los países emergentes, que no quieren comprometer su desarrollo económico, como a los países más vulnerables a los desastres meteorológicos, que exigen un drástico cambio de rumbo energético.
Las organizaciones ecologistas consideraron un avance este acuerdo, aunque no un éxito rotundo. ‘La rueda del clima gira lentamente, pero en París ha girado. Este acuerdo deja a la industria de los combustibles fósiles del lado equivocado de la historia‘, dijo el director de Greenpeace Kumi Naidoo. En cuanto al punto de los 100.000 millones de dólares, se trata de una parte clave queda fuera del ‘núcleo duro‘ del texto, y es situada en el capítulo de decisiones, para evitar los obstáculos del Congreso estadounidense.