Cristina Fredes, cuyo pequeño hijo padece hemofilia y necesita cuidados especiales, dice que ya hace varios días que cocina afuera de la casa, haciendo fuego. "En la casa tenemos calefón a leña, pero no podemos cocinar adentro porque no hay gas, así que hay que hacer de comer afuera" dice, mientras envuelve a su pequeño para que no sienta el aire frío de la mañana. Tiene las manos coloradas y conversa mientras carga a su niño porque recién viene del médico. Su vecina de enfrente en el barrio 5 de Octubre, Amelia Gómez, le invita unos mates, con el agua que pudo calentar en una pequeña estufa para leña que su hijo hizo en el comedor de la casa. "Nos han pedido hasta 30 pesos por la garrafa de 10 kg y 40 pesos por la de 15 kg. Y ahora para colmo, no hay. ¿Qué vamos a hacer, morirnos de frío? Hay que hacer fuego, nomás, y tratar de salir del paso", dice refregándose las manos cerca de las llamas que se desprenden de la leña encendida. La estufa a leña es una verdadera originalidad: aparece sin más, en medio de una de las paredes de la cocina-comedor, como un ingenioso recurso que sirve para calentar el ambiente y hasta para albergar alguna pava con agua, siempre lista para un mate.
El ingenio, por estos días de escasez de garrafas, es una constante. El aire cala y hace doler. A medida que baja la temperatura y el Servicio Meteorológico anuncia lluvias y nieve a partir de hoy (ver página 12), las familias sanjuaninas que no tienen en sus casas gas natural deben ingeniárselas para cocinar, higienizarse y calentarse como sea, porque las garrafas siguen sin aparecer. "Las estufas eléctricas gastan mucha luz y al fin sale peor el remedio que la enfermedad", dice Amelia, resignada.
En Rawson, sobre la calle San Miguel, Dominga Bustos se lamenta mientras lava sus ollas y platos a la intemperie, con agua fría. Vive en una casa que le prestan, porque la suya se cayó y mientras espera la ayuda que le prometieron, ocupa una vivienda que su suegra le cedió y en la que el frío se cuela por todas partes. El "diablito", tiznado y todavía humeante, avisa que las brasas ya están listas para traspasarlas al brasero y Dominga se apresta a hacer esta tarea. "Hace más de un mes que no tengo gas, porque la garrafa subió mucho y no la puedo comprar. Como se vino el frío, me levanto temprano y hago brasas para que se caliente adentro. Ahora tengo a mi nietita y no quiero que ella pase frío, así que trato de mantener las brasas para que esté lindo. Para lavar uso agua fría, así guardo la leña y el carbón para los braseros", dice mientras remueve algunas brasas que colocó en una lata, cerca de la silla donde su nieta (abrigada como si estuviera afuera) tomará el desayuno.
Pedaleando desde el Barrio Franklin Rawson, Juan Guevara desanda las largas calles de tierra que lo separan de un local donde le dijeron que todavía venden la garrafa de 10 kg a 16 pesos. "Espero conseguir, porque ya van varios días que no tenemos gas y en el barrio, cuando llevan, la cobran más cara. Dicen que ya no queda, así que tendremos que ir más lejos hasta que consigamos" dice mientras hace equilibrio con la garrafa vacía sobre el caño de la bici, antes de seguir camino.
En los comercios minoristas, las garrafas brillan por su ausencia. Los pocos vendedores ambulantes que cada tanto recorren las calles con las pocas garrafas que les entregaron los mayoristas, se escudan en el costo del flete para subir el precio. Y mientras tanto son muchas las familias que pasan sus días calentándose como pueden, tan abrigados dentro de la casa como afuera, porque el frío se hace sentir cada vez más y esa es la única manera de soportarlo.
