Cristóbal Colón murió en Valladolid vistiendo el hábito franciscano un 20 de mayo de 1506 en un convento que ya no existe. En el lugar está ahora la Biblioteca Colombina. Su muerte pasó tan inadvertida que no queda registro alguno del acta de defunción ni necrológica de la época.

Dos años antes había fallecido Isabel la Católica, su mecenas de dos mundos, y Fernando de Aragón, el rey viudo, equivalía en poder y méritos a su exilio histórico. La tradición literaria hace reposar sus descarnados huesos en ese lugar, al menos un tiempo breve, para ser pronto trasladados a la Cartuja de las Cuevas en Sevilla, junto a la tumba de su hermano Diego. Treinta años después su familia decide sepultarlo en Santo Domingo de América, la ciudad que fundó su hermano Bartolomé, respetando así su explícita manifestación en vida. La fecha de traslado y llegada al nuevo sepulcro es muy incierta, como todo lo que sucederá de ahora en más con los despojos del almirante.

Dícese que en 1541 fueron depositados a la derecha del altar mayor de la catedral, a pesar de la opinión adversa del obispo y parte de la población dominicana que, al parecer, conservaban un recuerdo triste de sus desaciertos y el de sus hijos en ese lugar. Cien años después estos restos fueron exhumados, reacondicionados y ubicados en el costado izquierdo del altar, reunidos con los de su hermano Bartolomé, su hijo Diego y sus dos nietos, Luis y Cristóbal II, a modo de panteón familiar. Este descanso definitivo no fue tal.

El tratado de Basilea firmado en 1795 por españoles y franceses para dirimir mutuos incordios y nobles miserias, dispone la cesión de la isla dominica a Francia, por lo cual el sarcófago del ilustre navegante es trasladado a La Habana, o al menos esto dijeron y refrendaron hacer las partes interesadas.

En 1877 restaurábase la catedral de Santo Domingo, cuando descubren una urna inscripta con "Varón Ilustre y distinguido Cristóbal Colón", y en su interior varios fragmentos de huesos con residuos orgánicos indefinidos.

Académicos, dominicanos, historiadores, genealogistas, se enriedan desde entonces en polémicos discurrimientos que todavía perduran. Para males mayores Cuba, ahora independiente de España, cede el catafalco a la Madre Patria, y a Sevilla fue a parar el envoltorio en 1899, el que puesto allí los mismos franciscanos aducen derechos y reclaman que haya salido alguna vez del Valladolid castellano. Y los cartujos que dicen también ser dueños. Y los cubanos afirman que jamás salieron de su puerto.

En 1992, el gobierno de la República Dominicana levanta en Santo Domingo un enorme Faro de Colón en homenaje al navegante, y allí colocan "sus huesos". Del otro lado del océano, en la Giralda sevillana construyen otro sarcófago, con otros restos o algo de los mismos, a los que el escultor adorna con cuatro heraldos barrocos que simbolizan los reinos de Castilla, Aragón, León y Navarra. Para el quinto centenario de su muerte, España pretende oficialmente dilucidar la verdad, para lo que convoca a un equipo de científicos e investigadores quienes abren sus raros y heterogéneos ataúdes y muestran lo que hay: un 15% de un ser humano o de varios, 250 gramos de estructura ósea y cenizas varias.

Se analiza y homologan los tejidos con el ADN de sus ancestros y descendientes, concluyendo el 1 de agosto de 2006,

certificando ser del Gran Almirante Cristóbal Colón con idéntico patrón genético entre los compuestos. Los dominicanos

no permitieron tocar ni analizar los "restos" colombinos que ostentan poseer.

La diáspora del esquelético cadáver fragmentado del descubridor dice hoy existir en el Vaticano, Nueva York, Albany,

Chicago, Génova, Valladolid, la Cartuja del Guadalquivir, La Habana, París y hasta en Mallorca.

Respecto al lugar de nacimiento, lo único cierto es que en realidad nació. La pluma auténtica dice: "… siendo yo nacido

en la ciudad de Génova…", documento ológrafo ofrecido por el Mayorazgo de Veragua a los fines legales testamentarios.

El propio hijo Hernando escribió: "Quiso que su patria y origen fuesen menos ciertos y conocidos".

Entre la bruma acuosa del tiempo emergen las tres carabelas del corsario Cristóforo, del mercader catalán Colom, del

genovés Colonne, del hacendado mallorquín Colón, del judío converso Colombo, del portugués Collon, donde el intrépido

marino Cristóbal y su bitácora navega tenaz y errante por los mares infinitos de la incertidumbre.