En la esquina de calles Tucumán y Santa Fe había una guardería para autos y en su entorno pequeños locales comerciales. En uno de ellos funcionaba un establecimiento destinado a marcar parte de nuestras vidas de adolescentes, de estudiantes, el kiosco de Doña Guarner junto a sus hijos Analía y Ariel. Luego vino el traslado a un local por Tucumán a metros de Mitre, allí se vendían los sánguches que uno anhelaba en las horas libres de la escuela, como si fuese un fogón de arrieros confluían los revoltosos del Nacional, los eufóricos de la Boero, los más sobrios de la de Comercio e Industrial, los flacos de la Normal, la muchachada de la ENET y hasta las chicas del Liceo, Normal San Martín y muchos que cursaban en la facultad y no podían olvidar.
Esos emparedados eran tan grandes que podías tranquilamente pedir un cuarto y te llenabas, había de paleta y queso, de salame y queso y para festejos especiales como por ejemplo sacarte un ocho en la lección de geografía podías pedir de jamón y queso; eran con pan crocante y creo que el gran secreto consistía en la cantidad industrial de mayonesa que le agregaban, a tal punto que si eras habitué, ahora mismo podés revisar el viejo ropero, y encontrarte con que el guardapolvo que usabas aún conserva algunas manchas del exquisito aderezo. Se acompañaba con un vaso chico o grande de gaseosa o también un buen café. Doña Guarner tenía alma de mamá, entonces nos fiaba, algunos muchachos llegaron a acumular una deuda de más de veinte cuartos.
Las paredes estaban llenas de cuadros con fotos de jugadores de Atlético de la Juventud Alianza y un cartel anunciando los precios. En un rincón se amontonaban cuadernos, libros, tableros, guardapolvos y las discusiones juveniles estaban a la orden del día: que los partidos de fútbol, que las chicas que fueron al baile del sábado, que me llevo cuatro a diciembre, que los intercolegiales, que los sobrenombres de las profesoras, que las moneditas contadas de a una para comprar otro cuarto y qué importa si hay que sacrificar el dinero para el colectivo y me tengo que ir caminando a casa aún viviendo en Rawson, Chimbas o Rivadavia, en definitiva, el maravilloso mundo adolescente en su máxima expresión.
Señora María Esther Días de Guarner, muchas gracias por alimentar con sus sánguches y su corazón bueno los inolvidables años en que varias generaciones sufríamos y gozábamos la pubertad. Un día de estos todos sus clientes (sus sobrinos) pasaremos por el lugar y pediremos un cuarto de paleta y queso que nos sabrá más salado que de costumbre porque estará mezclado con nuestras propias lágrimas.
