Una rubia tonta va a Harvard a estudiar Derecho para no perder a su novio de alcurnia. Se recibe de abogada a expensas de su ocurrente e ingenua estupidez, y -como tantos otros- llega al Senado de la Nación. Hasta ahí, comedia yanqui desechable. Pero en la secuela, el tema se pone serio: por reunir a su adorado perrito con la madre de la que fue separado cuando cachorro, descubre el insólito e inaceptable mundo de la experimentación con animales, en el que mamá perra se encuentra cautiva. De un modo que a veces nos gustaría que la gente se movilice, la rubia consigue la sanción de una ley que prohíba la experimentación animal. Un breve paseo por Internet nos informa que el mundo científico busca maneras alternativas a la investigación con sujetos animales.

Simultáneamente, al sur del mismo continente, nuestra Universidad Católica de Cuyo inaugura un bioterio justo el 29 de abril, Día del Animal.

Y -conociendo la línea editorial- en una no tan casual coincidencia, en las cartas de lectores de este Diario, conviven en la página del ejemplar del martes 5 de mayo, dos cartas en abierto rechazo a dicha iniciativa, una que hace referencia a la Declaración de los Derechos del Animal, y la otra que se refiere a la persona humana como "la única criatura que Dios ama por sí misma".

Ética animal: Lo que subyace a este ríspido tema no es otra cosa que la ética en relación con la sensibilidad humana. Un acto es bueno o malo en función de su grado de aproximación a los referentes éticos que tengamos en cuenta (libertad, igualdad, justicia, divinidad de la vida, utilidad, preferencias personales, etc.). De no ser así, la ética carecería de sentido.

En cuanto a la sensibilidad humana, existen tres grupos claramente diferenciados, en función de lo que creemos punto de partida de nuestra ética particular: antropocentrismo, biocentrismo y sensocentrismo.

El antropocentrismo defiende los intereses del ser humano por encima del resto de los seres vivos en general, y de los "sintientes" en particular. Todo animal no-humano es discriminado por ser distinto.

El biocentrismo, postura totalmente opuesta a la anterior, defiende la idea de que todos los seres vivos merecen consideración moral por el mero hecho de estar vivos, plantas incluidas.

Frente a estas posturas extremas, como suele suceder en la evolución del pensamiento, aparece una intermedia, el sensocentrismo, que rechaza el antropocentrismo radical por negar la naturaleza sensible del resto de los animales y por crear un abismo ontológico artificial entre la especie humana y las demás especies. También rechaza el biocentrismo, sosteniendo que no existe un argumento moral de peso a favor de preservar un elemento de la naturaleza cuando éste es contrario al respeto de los seres sintientes y sus derechos.

Resumiendo, la capacidad de sentir constituye el único criterio válido para determinar qué es lo que tiene valor intrínseco a la hora de reclamar consideración moral para con los animales (Estellés, D. 2006).

Niveles de implicación moral hacia los animales no-humanos: Varias son las posturas que uno puede adoptar ante la terrible situación por la que pasan miles de millones de animales sometidos a la egoísta voluntad del hombre. En general, muchas personas se oponen a injusticias tales como apalear un perro o matar un gato. Sin embargo, estas mismas personas no objetan actos igualmente inmorales como sacrificar cruelmente a millones de animales para lucir sus preciadas pieles o comer su carne. Esta doble moral está generalizada en nuestra sociedad, y no es una verdadera moral, puesto que valora de forma distinta actos iguales desde el punto de vista ético.

Esta pasividad ante las injusticias cometidas hacia los animales ha permitido que millones de animales no-humanos hayan sido despojados injustamente de derechos tan fundamentales como el derecho a la vida, a la libertad y a no ser torturados.

El fin último de una ética por los animales es la abolición de todo tipo de explotación animal. Dicho objetivo es posible únicamente adoptando una serie de medidas a corto plazo. La base del bienestar de los animales no-humanos depende enteramente de nosotros. Ellos no pueden luchar por su liberación, no tienen conciencia de grupo ni capacidad de organizarse. Debe ser la misma especie que los sometió -la humana- la que tiene que ceder la libertad a los animales, por propia voluntad. Esta lucha ya ha comenzado.