“Cuando yo era joven, observaba que los cosechadores hacían bien su trabajo de forma prolija, porque estaban comprometidos con la actividad y con el patrón. No sólo les importaba hacer bien las cosas, sino que su trabajo fuera reconocido”, recordó con nostalgia Manuel Urnicia, uno de los tradicionales viñateros de la provincia.

El antiguo cosechador hacía la tarea con gusto y dedicación. El oficio lo había aprendido del padre o algún hombre mayor y llevaba a sus hijos por las hileras de parrales para que lo ayudaran y de paso les enseñaba cómo hacerlo.

Si bien el trabajo a destajo -la remuneración está dada por la cantidad de gamelas que llene- hace que muchas veces las ganas de sumar un peso más apure la cosecha, sin embargo la trabajada técnica no se modificaba: utilizaba tijera -raramente con la mano- para cortar el racimo, lo limpiaba de hojas y hasta cuidaba que no tuviera granos de uva dañados y si era así, los cortaba.