Hubo una época en que el golpeteo del pedal de la máquina de coser era uno de los sonidos habituales en las casas del barrio. Señoras y señoritas que se preciaran de tales eran diestras en enhebrar el hilo al pequeño carrete de acero, o en abrir el tubo para cambiar la aguja que de vez en cuando, de tanto tipo de tela que pasaba por ella, terminaba quebrándose. Así también brotaban de las tradicionales Singer -la más conocida de las marcas- las cortinas para la cocina, las colchas de colores o los guardapolvos caseros.
Ante tanta demanda el "Se arreglan máquinas de coser", promocionado desde un cartelito en la casa de un vecino también era fácil conseguir. Hasta que el oficio se fue apagando con el paso de los años, rezagado frente a los cambios de costumbres. Sin embargo, el barrio del Bajo Marquesado, también denominado el pueblo viejo, localidad del departamento de Rivadavia puede presumir de contar todavía con un artesano que a pesar de la irrupción de las máquinas modernas, sigue trabajando como antaño. Alberto Báez aprendió a arreglarlas hace 40 años: "Estuve un año viajando a Córdoba para hacer el curso para arreglar la herramienta", dice. Ahora, a sus 70 años, confiesa que eso, más el afilado de cuchillos, son los oficios que le permitieron ganarse la vida. "Mis hijos -tiene dos varones- no quisieron aprender el oficio y tampoco le enseñé a nadie más", confiesa. "Es que usted ve, ahora a los jóvenes le interesan otras cosas", agrega mirando con ojos grandes mientras se esfuerza en recordar quien le puede seguir los pasos: "…y, ya no quedan, me parece. En una época estaban los de Flores Illa (el nombre de un negocio tradicional que ya cerró sus puertas)", rememora.
Báez dice que arreglar máquinas de coser no es fácil, porque tienen un mecanismo complicado. Y asegura que las nuevas máquinas chinas "son las peores". Es más, muchas veces las devuelve porque dice que no pueden arreglarse.
Afortunadamente a Báez no le falta trabajo: en un vecindario donde el 90% tiene máquina de coser -según cuentan los propios vecinos- siempre hay alguien golpeando esa puerta verde de madera, de las de antes, ubicada al 7.895 de la avenida Libertador, que requiere sus servicios. "Mire, no vaya a escribir una nota muy grande, así chiquita nomás", le pide Báez a esta cronista. "Es que después me van a traer muchas herramientas (como llama a las máquinas de coser) y no voy a dar abasto para arreglarlas", señala con una sonrisa.
