Señor director:
Les comparto a los lectores de vuestro diario la historia de un navegante cercano, marino de agua tranquila, que sugiere versos de Pablo Neruda, para amores contrariados en la lonja ribereña chilena.
El 8 de junio de 1948, en la tarde, se abrió el acceso al cebollín donde se velaba al viejo Hilario Molina. Tal vez, por pura coincidencia, abajo, en la entrada del Callejón de los Duendes, un hombre joven, macizo y mirada escrutadora parecía tomar nota de los numerosos vecinos que portaban coronas floridas. Luego se hizo la noche y antes de la salida del sol ya el corrillo de veladores tenía una configuración del extraño solitario. Caso curioso: un marinero con penas de amor.
Pasaban y pasaban los días y el moais humano no hablaba y sólo permanecía con los ojos bien abiertos. La duda viene mutilante; la verdad, estimulante. Recordemos al poeta:
Neruda, dice: "Desde el fondo de ti y arrodillado, / un niño triste, como yo, nos mira. / Por esa vida que arderás en sus venas / tendrían que amarrarse nuestras vidas. / Por esas manos / hijas de tus manos / tendrían que matar las manos mías. / Por sus ojos abiertos en la tierra / veré en los tuyos lágrimas un día. / Y, no lo quiero, amada. / Para que nada nos amarre / que no nos una nada. / Ni la palabra que aromó tu boca / ni lo que no dijeron las palabras. / Ni la "Fiesta de amor” que no tuvimos / ni tus sollozos junto a la ventana. / (Amo el amor de los marineros / que besan y se van; / Dejan una promesa. / No vuelven nunca más”. "Farewell” fragmento, según María Romero en "Poesía Universal”, Chile,1957.
