Luego de una seguidilla de éxitos (Truman y El secreto de sus ojos, las últimas) y con el rótulo de ‘el’ protagonista del cine nacional estampado en la frente, Ricardo Darín regresa hoy a la pantalla grande local y nacional con otra propuesta: Kóblic. Bajo la dirección de Sebastián Borensztein (con quien hizo Un cuento chino), se pone en la piel de un piloto militar que participó de un ‘vuelo de la muerte’ y que huye a un pueblo perdido del interior luego de desacatar órdenes de sus superiores en pleno terrorismo de Estado. Este oscuro personaje deberá enfrentarse no sólo a su conciencia sino a un siniestro y feroz comisario, Velarde (Oscar Martínez) que se convertirá en su enemigo, pisándole los talones mientras intenta pasar inadvertido en el lugar. En ese derrotero se cruza en su camino Nancy (Inma Cuesta), una mujer que sueña ser rescatada del infierno que vive en ese pueblo y complica más su situación. El film, que combina elementos del western, el thriller y el suspenso, dio pie a una larga charla con Télam.
-¿Qué te sedujo de esta historia, en un momento donde podés elegir?
-En primer lugar me gustó la idea inicial, que es la decisión de un tipo que, metido en una estructura tan férrea en un contexto tan duro como ese, decide plantarse y decir ‘yo a esto no lo hago’, y lo siguiente fue el desafío de meterse con una cosa así, porque en el fondo nosotros estamos ‘guitarreando’, no vivimos esa situación, lo que tenemos que hacer es recrearla y eso es muy complejo, no sabía cuánto hasta que tuvimos que hacerlo. Ahí me di cuenta que era mucho más profundo, doloroso, triste, aberrante, espeluznante y enloquecedor de lo que me imaginaba.
-¿Por qué seguís eligiendo estos papeles entonces?
-Esto es parte de nuestro oficio, es lo que tiene de riesgoso, acercarse lo más posible para darle verosimilitud. Además de poner el cuerpo y el alma en cada trabajo y ahí, en esa proximidad, es donde caminás por la cornisa, donde entrás en contacto directo con el dolor y yo que soy un tipo que estoy permanentemente en carne viva, todo lo que me pega, me hiere, no me rebota. Entonces, por qué un tipo que puede elegir se mete en estos quilombos y la respuesta es porque si como artista no corrés riesgos, no tiene sentido hacer nada.
-¿Qué te pasó como actor y como persona cuando recrearon un ‘vuelo de la muerte’?
-Es difícil describir el horror. No pude dejar de pensar por un instante en dos cosas: la primera tenía que ver como una mezcla de sentimientos y pensamientos de cómo se podría haber sentido la gente que tenía familiares en esa situación, mientras estábamos intentando hacerla. Y luego en qué estarían pensando estos tipos cuando estaban subidos a esa locura organizada del horror, de qué forma se habrán narcotizado el cerebro, la porción que les quedaba, para hacer eso con seres humanos; eran chicos, yo no lo concibo ni con animales.
-Se contaron muchas historias sobre esa época de la Argentina. ¿En qué se diferencia ésta?
-Que tiene un disparador emocional. Contamos sobre un tipo que huye de un horror propio. El hecho de que haya dicho ‘no, yo a esto no lo hago’, no lo redime, no lo salva, porque lo que hace una persona en su eje es intentar hacer algo más que eso. De hecho teníamos una versión donde él pensaba hacer un boicot al vuelo, pero nos pareció que de esa forma estábamos muy cerca de convertirlo en un héroe y eso era lo que no queríamos. Si lo convertís en un héroe lo justificás y si justificás a uno estás justificando a todo un grupo.
– El personaje no termina de generar empatía, pero tampoco rechazo…
– Porque en el fondo es un pobre tipo, en el fondo todos esos son pobres tipos. Lo que puede lograr algo de empatía, con cuidado y con prudencia, es eso. Esto es así porque si estaba en él la capacidad de tener un freno y decir esto yo no lo hago, es porque dentro hay un germen que le dice ‘vos no tendrías que estar acá, vos no tendrías que formar parte de esto’. Este hombre demuestra un atisbo de iluminación, pero después lo destruye, ya que lo que no hizo desacatando una orden, lo hace en forma voluntaria. No tiene redención posible, es un criminal.
-¿Cómo te sentís con tu profesión en esta etapa de tu vida?
-Es un sentimiento medio ambivalente. Por un lado, te sentís reconocido, mimado, esas cosas tan esperables desde el punto de vista de lo que queremos los actores, como tener estabilidad laboral. Pero como contrapartida perdés sorpresa, ingenuidad, incertidumbre, que son motores importantes para nuestra actividad, el no saber qué va a pasar, cómo te va a ir. Al ya no pasar por eso, que no significa que me pueda pasar que me maten por un laburo, o que me digan estuviste como el cul**, ni siquiera en los casos que yo siento que estuve como el cul**, lo cual habla de cierta conspiración a favor que es rara y sospechosa.
– Por ejemplo…
-Cuando dicen: ‘Darín estuvo como siempre’. ¿Como siempre Darín qué? Decime realmente qué te pareció, decime qué te gustó y qué no, yo necesito aprender. Por eso, siempre es mucho mejor ser una promesa que ser un consagrado. Cuando me dicen ‘te quieren hacer un homenaje’ y yo digo ‘por qué’, saben algo que yo no sé, tiene algún dato. Después entrás en el necesario análisis de que en realidad te están queriendo hacer un mimo.
-¿Qué tenés pendientes en tu carrera?
-Tengo tres o cuatro obras teatrales revoloteando en la cabeza y también soy consciente de que quiero dirigir, pero para eso tengo que tener una historia que yo firme, no necesariamente tiene que ser una idea mía, pero sí sentir que a esa historia la puedo beneficiar, que estoy habilitado a nadar en ella y hasta ahora no me ocurrió.
-Seguir en el universo del cine, pero que despierte el director…
-Sí, me está pasando algo que tal vez le pase a muchos espectadores, y es que me estoy aburriendo de mí. No podés estar todo el tiempo en pantalla, es un desgaste enorme. Esto viene de la mano de que estoy un poco harto de mí, en realidad, estoy harto del señor.
-¿Del señor reconocido?
-Del que tiene que cumplir con determinadas cosas, del que tiene que comportarse de determinada forma. Si yo toda mi vida fui caótico, anárquico y desastroso, y de golpe me veo convertido en un señor correcto, que dice políticamente lo que corresponde y ya tengo los huev**s por el piso de mí. Si supieran cuántas veces por día me gustaría patear el tablero y decir sólo y exclusivamente lo que siento y lo que creo y termino diciendo una cosa parecida, pero pasada por mi propia censura, porque al final digo para qué vamos a armar quilombo. No hay nada más aburrido que la notoriedad.
