Es artesano y cantor. Viene de un barrio humilde y nunca tuvo la idea fija de ser una figurada consagrada en la música, jamás tuvo el deseo de ser conocido, pero ahí está, siendo parte de una de las bandas más respetadas de Latinoamérica. Sebastián "Cebolla" Cebreiro, forma dupla con su tocayo Teysera y le ponen la voz a La Vela Puerca. Con una trayectoria de dos décadas, vuelve a la provincia para promocionar su reciente álbum "Érase".
– El hecho de ser una banda uruguaya, que la nacionalidad pase desapercibida y que la gente nos brinde su cariño. Es impagable. Sería injusto resaltar a un público en particular, este cariño es una constante en toda la Argentina. Sabemos que no es fácil llegar por lo geográfico, a veces cuesta, pero nos gustan los desafíos.
– En realidad, no es el rock, hablaba por la banda, porque hay un hecho natural en la vida que después de 20 años, más allá de que sepás lo que tengás en la mano, que lo valorés, lo respetés y lo cuidés, también llega un momento que me puedo llegar a cansar. Pero no afecta al amor de lo que siento por lo que hago. Sino que también me dan ganas de hacer otras cosas en mi vida. Cuando uno está en un proyecto tan ambicioso como una banda de rock, lógicamente puedo llegar a un cansancio, pero bueno son cosas normales que le pueden pasar a cualquiera.
– Sí, me pasa, pero bueno hay que ser inteligente con las elecciones, los lugares donde vas a tocar. Somos conscientes que no podemos llegar a todos lados, sabemos que tenemos una demanda importante, pero elegimos en función de lo artístico, no corremos por lo económico. Sí está bueno repetir, ir a tal ciudad, son cosas que nos planteamos, nos movemos con inteligencia y eso da ganas de seguir tocando y mantenernos de pie.
– El rock argentino de los 90 tenía muchas bandas que eran tremendas. Llenaban cualquier lugar de Latinoamérica donde tocaran. Pero después del 2000, se disolvieron. Pero el rock uruguayo siempre existió, claro, había un movimiento tan nutrido en Argentina que no les daba tiempo para mirar al otro lado del charco. Entonces, nosotros queríamos vivir de la música, y así nos pusimos a golpear puertas fuera del Uruguay. Eso llevó sus consecuencias. Estuvo buenísimo, porque las bandas locales se animaron a salir también. Por eso el rock uruguayo está teniendo una influencia fuerte en el argentino. Nosotros venimos haciendo un trabajo de hormiga, como lo haría cualquier banda. Eso hizo generar un espacio y una historia creíble para la gente.
– ¡Sí, claro! Cada vez que hay una revuelta social, política, la gente se aferra más a los hechos artísticos y no quiere perderlos. En las peores crisis iba más gente a vernos. El patrimonio cultural que tienen las sociedades, son sus artistas, sus canciones, sus obras. Eso nunca se pierde.
– Nunca tuve el sueño de cantar en una banda de rock. Me gustaba como hobby, pero sé que pude generar en la gente muchas cosas. Pero en realidad soy artesano orfebre, mi vida pasaba por trillar para poder vender mi arte, ahora trillo por el mundo de la mano de la música y es increíble. Lo que aprendo con las manos es difícil olvidarme. Cuando la música se termine para mí, retomaré mi noble oficio. Tengo en mente volver al taller en mi casa algún día. Es un placer entrar a jugar ahí con el mate en la mano y poder vivir de eso.
– Lo que me gusta de esta banda es la capacidad que tenemos para decir cosas. Cuando termino un recital y veo que un flaco en la esquina silba una de nuestras melodías, me siento satisfecho, es lo que más me quiero llevar. Me gusta cantar mirando a la gente a los ojos. Saber que somos parte de esa revolución interna que siente una persona cuando nos escucha.
