El polifacético artista, recordado por sus notas en la época entrañable del rock nacional con Serú Girán, regresa nuevamente a San Juan con "Aznar a la carta", modalidad que presentó en agosto pasado en el Luna Park y recorrió distintos escenarios del país. Con 25 canciones elegidas por el público en su sitio web oficial, Pedro tocará esos temas a la medida de sus fans. Antes de esta retribución divina para sus seguidores, el intérprete, compositor, escritor y productor de vinos -lanzó su línea Abremundos- dialogó con DIARIO DE CUYO.
– Es una forma de poner el control en manos de la gente. Tengo un público muy respetuoso, atento y cálido, que siempre ha aceptado mis propuestas artísticas de la mejor manera. Esta vez quise darles la posibilidad de elegir ellos mismos el cien por ciento de lo que tocaremos en la gira.
– Desde luego que las redes ayudan, se hace mucho más fácil hacer una convocatoria a través de ellas. Son una manera muy eficaz de mantenerse en contacto y al corriente de las opiniones de la gente, de qué les ha gustado y qué no tanto.
– Toda la gira tiene un mismo repertorio. La votación duró tres meses, de enero a marzo, y votó público de todo el país y el exterior. La lista de canciones se eligió entre las 25 más votadas por todos. Lo que sí cambia de ciudad en ciudad son los bises. Ahí tenemos algunas sorpresas preparadas…
– Sí, además de los clásicos, que conforman más de la mitad del show, eligieron, también, varias canciones que no pensé que fueran a resultar tan votadas, porque son más reflexivas o porque no son "éxito" en un sentido estricto. Algunas de ellas son "Amar y dejar partir", "La pomeña" o "Como la cigarra".
– Fue muy revelador, para mí, ver que, por ejemplo, una canción tan desgarrada como "Quebrado", estuvo peleando el primer puesto con "A primera vista" durante los tres meses que duró la votación, y terminó saliendo primera. Eso demuestra que las canciones que están escritas "con la entraña" y hablan de los dolores de parirse a sí mismo nos tocan el corazón a todos.
– En mi reproductor hay mucha música clásica. Bach, Mozart, Tchaikovsky, Chopin, Ravel. Y también me gusta mucho escuchar radios de internet, es una manera de sorprenderme con música muy antigua o muy nueva.
– Tuvimos muchos lindos momentos con Gustavo, nos teníamos un sincero aprecio y una mutua admiración. Una de las cosas más graciosas fue cuando llegamos a la casa de Waters, a unas dos horas de la ciudad de Nueva York. Estábamos muertos de cansancio por el viaje y el dueño de casa nos ofreció, amablemente, un par de habitaciones para descansar. Él mismo nos vino a despertar unas horas más tarde, ¡como si fuera un tío nuestro! Después desayunamos en su cocina, charlando sobre lo que íbamos a grabar juntos y al atardecer descorchó una botella de un excelente vino blanco francés y nos mostró una guitarra que le había regalado el legendario Les Paul. Mi manager, Cosme, registró ese momento en una foto que se viralizó en Internet.
– ¡No! Un artista deja vida a su paso. Ellos no se fueron del todo, queda su obra. Y queda el hermoso recuerdo de su amistad, las anécdotas, las enseñanzas, incluso las desinteligencias. Todo eso es vida, es legado, es presencia, más allá de que uno los extrañe.
– Yo diría que sí. Siempre fui un tipo curioso y deseoso de experimentar. No creo que eso vaya a cambiar, ya que siempre estoy buscando qué nueva veta explorar.
– No creo demasiado en la idea de techo. Sí creo que uno va desarrollando con el tiempo un lenguaje que va por ciertos lados, y que llegado un punto, se opera desde ahí, y es probable que ya no se hagan cambios revolucionarios en el propio estilo. Uno puede encontrar el ADN de "Blackbird" en la canción "Jenny Wren" de Paul McCartney y fueron escritas a casi 40 años de distancia. Pero yo no llamaría a eso repetirse. Hay un estilo y como en el vino, eso no se logra de un día para el otro y es digno de respeto.
– A pesar de que el que se expresa es siempre uno y el mismo, el compositor en mí no busca lo mismo ni trabaja igual que el escritor, el fotógrafo o el hacedor de vinos. Se complementan, en todo caso, y tienen una mirada macro que sí es la misma: buscar emocionar y emocionarse, transmitir el asombro, la delicia y el dolor de vivir. Pero cada uno lo busca por su lado y a su manera. Creo que por eso disfruto tanto de hacer canciones: el músico y el poeta tienen que trabajar juntos, y es notable lo diferente que es el resultado cuando el trabajo lo empieza uno o el otro. Podría decir, en líneas muy generales, que mi músico es refinado y mi poeta es visceral.
– Cuando se trata de mi propio grupo, pongo más condiciones que un contrato de alquiler! (risas) En realidad, cuando un músico entra a mi grupo ya pasó por muchos filtros: sé que es un músico antes que un "tocador", que tiene solvencia técnica pero pone alma, que sabe estar a la altura de las exigencias de cualquier situación. A pesar de que al principio les gane la timidez, hay una intuición que me dice si tienen con qué "cortar el bacalao". Si no, no tienen oportunidad. Y una vez adentro, yo tengo muy claro cómo debe sonar mi música y sé cómo lograrlo. Como director soy exigente.
– No sé qué me produce porque recién me entero! (risas). Es innegable que Tinelli y Violetta son generadores de cultura. Después, queda en el criterio de cada uno si le gusta lo que hacen o no. A mí me significó un tremendo honor y una gran emoción que me otorgaran esa mención. Y la comparto con gusto con mis colegas.
