Leí la nota sobre "el discurso antiminero" publicada en este diario, el pasado 8 del corriente, por el licenciado Horacio Puigdomenech, y deseo expresar que me pareció interesante la línea de análisis sugerida como parte de su reflexión, para abordar el tema.
Desde hace casi 25 años -época en que comencé a realizar mis primeros aportes en este matutino- he venido propiciando que el desarrollo de nuestro sector minero debe proyectarse como la llave maestra del crecimiento socio económico que demanda la provincia. Una demanda que se asocia con nuestra histórica postergación económica y que se relaciona, con un asimétrico desarrollo económico nacional que se ha sustentado básicamente, solo en la existencia y razón de ser, de la pampa húmeda.
En este sentido considero que no nos deben preocupar quienes ideológicamente se oponen a la minería; quienes deben preocuparnos, son los que no entienden que las inversiones mineras pueden ser uno de los pilares fundamentales de nuestro desarrollo. Y por ésto he sido objeto de una serie de criticas infundadas que nada tienen que ver, con lo que en mi condición de profesional defiendo como concepto minero. Pero no me preocupan estas críticas, lo que me preocupa muy sinceramente, es el lamentable grado de intolerancia con el que se pretende abordar desde posiciones un tanto extremas y por tanto contradictorias, nuestro desarrollo minero.
Manifiesto esto, porque si bien comparto los conceptos del Lic. Puigdomenech en cuanto a que "se hace necesario manifestar por imperio de la racionalidad y honestidad intelectual la veracidad con la que somos informados", estimo que se hace imprescindible también, contar con la capacidad de realizar en todo su contexto, una adecuada lectura de la realidad minera circundante.
Lo que no se puede perder de vista, es que las incertidumbres que se abrigan con respecto a la minería trascienden a San Juan y a la Argentina y representan una manifestación, que se extiende a todo el mundo subdesarrollado. Lo que tampoco se puede desconocer, es que la problemática ambiental no surge como una preocupación genuina del tercer mundo, sino que emerge hace 30 años desde el primer mundo, asociada a una corriente de pensamiento que no solo dio origen a los movimientos eco-ambientalistas, sino que a la creación de una conciencia ambiental que se tradujo en el cuidado, respeto y protección de la naturaleza y su medio ambiente. Es en este escenario y no otro, donde debe ubicarse la problemática ambiental asociada con actividad minera, forestal, pesquera, química, industrial etc.
En el seno de esta realidad asociada a los países líderes surgieron como alternativas de solución entre otras: la responsabilidad social empresaria; la licencia social; el concepto de sostenibilidad; el reconocimiento de pasivos ambientales, los seguros ambientales y la creación de una serie de medidas preventivas, correctivas, de remediación y de seguridad minera, que permiten contar en la actualidad con todo un plexo normativo internacional, que regula y controla a la actividad minera. Pero el mundo desarrollado decidió también dar otro paso, orientar todo el peso de sus capitales de inversión hacia la explotación de los recursos naturales que como reservas potenciales, se encuentran localizadas en todo el mundo subdesarrollado. Este último paso es el que ha dado lugar a las justificadas incertidumbres que abrigan nuestros pueblos y que se traduce en otra situación que adquiere también una connotación relevante: Desarrollo vs. subdesarrollo y pobreza vs. riqueza. Pero esta realidad no se ha dado en un escenario cualquiera, se ha generado, en un contexto donde la producción de minerales industriales que exhibe todo el mundo desarrollado, no excede al 5% de la extracción mundial; donde del total de las reservas mundiales de mineral, más del 70% se encuentran localizadas en el tercer mundo; en momentos donde por el propio influjo que experimenta el grado de desarrollo e industrialización que alcanza el mundo, los minerales son y serán cada día más demandados y donde en rigor cualquiera sea la sociedad que legítimamente nos atrevamos a imaginar desde cualquier posición, ésta jamás podrá prescindir de la minería, los minerales y sus metales.
Esta extensa realidad, es la que debe hacernos reflexionar en cuanto a la forma en que las inversiones que todos los países sin distinción alguna se esfuerzan por atraer, pueden contribuir a generar desarrollo, progreso y bienestar.
Como pienso que nuestro compromiso profesional no solo debe limitarse a incentivar una rivalidad que resulta extemporánea cuando tenemos que asumir que lo que más lacera a nuestra sociedad son los alarmantes índices de desempleo, pobreza e indigencia, es que me permito reiterar finalmente, la necesidad de defender un modelo de desarrollo que siente sus bases en la idea de un Proyecto Minero Nacional; que privilegie el accionar de nuestras pymes metalíferas y no metalíferas; que contribuya a sustituir la política de importaciones de minerales y que permita proyectar a nuestra provincia, como un polo desarrollo minero productivo, tecnológico, fabril e industrial.
