No permanecieron guardadas por temor a la inseguridad, como ocurrió con las reliquias de San Pío de Pietrelcina que están en la parroquia María Madre de Dios, en el barrio Aramburu, y que sólo sacan cuando celebran el Triduo en honor al santo. Estas permanecieron guardadas por 7 años por dos razones fundamentales: porque corresponden a un santo poco conocido por los católicos sanjuaninos, y porque son propiedad del sacerdote José Juan García, quien las trajo para sentirse contenido y guiado durante el sacramento de la confesión. A partir de ahora, este sacerdote comenzará a exponerlas para difundir la historia de vida del santo, y para incentivar a que la gente se confiese. Se trata de un trocito de hueso del cuerpo de San Leopoldo Mandic, considerado el Padre de la Confesión, que se encuentra en la parroquia Nuestra Señora del Tulum, en Rawson.
"Siempre que viajo a Europa, paso por Padua para confesarme en el Santuario de San Leopoldo de Mandic -contó el padre José Juan García-. Allí se siente una paz indescriptible y, como cuando este santo estaba vivo, se ven colas interminables de gente, esperando confesarse. Tuve la suerte de poder traerme parte de San Leopoldo conmigo".
Según contó el sacerdote, esto ocurrió en 2003 cuando viajó a Europa a participar de una asamblea de la Academia Pontificia para la Vida, de la que es miembro. Como de costumbre hizo escala en Padua para confesarse. Pero en esta ocasión se animó a pedirle al superior del santuario alguna reliquia de San Leopoldo Mandic para sentirse contenido y guiado durante el sacramento de la confesión. Sin cuestionamientos ni preguntas, según dijo el padre José Juan, el superior le entregó una porción milimétrica de un hueso del santo, junto con el certificado de autenticidad. Desde entonces la tuvo guardada en San Juan. Hasta ahora.
"Quiero que la gente conozca sobre San Leopoldo Mandic porque fue un hombre con la misión divina de reconciliar al hombre con Dios a través de la Confesión -explicó el párroco-. También quiero exponer sus reliquias para lograr que más gente se confiese, porque si bien muchos van a misa los domingos, pocos deciden confesarse".
Adeodato Juan Mandic Zarevic (San Leopoldo) nació el 12 de mayo de 1866 en Castelnuovo, en la República de Montenegro (en ese entonces perteneciente al Imperio Austrohúngaro). Fue el duodécimo hijo de una familia de fieles católicos, con buena posición económica, pero que debido a las convulsiones políticas locales, quedó en la calle. Así, Adeodato creció en la pobreza y fue víctima de algunas enfermedades que le afectaron el habla y el crecimiento (alcanzó una estatura de 1,35 metros). Aunque nada de eso le impidió concretar su sueño: consagrar su vida a Dios.
En noviembre de 1882, a los 16 años, ingresó al seminario de los Capuchinos de Venecia (de la orden franciscana), quienes lo aceptaron y le dieron el nombre de Leopoldo de Castelnuovo. Y 8 años más tarde fue ordenado sacerdote. Debido a su frágil salud (frecuentes trastornos gástricos, problemas de visión, artritis reumatoidea y dificultades para hablar) nunca pudo concretar el sueño de predicar la palabra de Dios y misionar por el mundo. Por este motivo, en Padua, sus superiores le encargaron que se dedicara a la confesión, misión que aceptó obedientemente y con fervor, consciente de que "morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acogerse al amor misericordioso de Dios significa estar separado de él para siempre".
Su afán por lograr la reconciliación del hombre con Dios, a través de la confesión, lo convirtió en prisionero voluntario del confesionario,
Confesó hasta 15 horas por día en una celda adosada a la iglesia, de escasos metros cuadrados y sin entrada de luz natural ni de aire, hasta el día de su muerte. Fray Leopoldo de Castelnueovo murió, por un cáncer de esófago, el 30 de julio de 1942 a la edad de 76 años. Pablo VI lo beatificó el 2 de mayo de 1976 y fue canonizado por Juan Pablo II el 16 de octubre de 1983.
