"Mucha mística…" decía mientras se alejaba por el empedrado, sin sacar los ojos de la casona, y con sus propios telares bajo el brazo. Porteño de nacimiento, cordobés por adopción, Pablo Manganelli llegó por primera vez a San Juan para participar de la Feria de Artesanías. Pero además de hacer conocer allí los telares que él elabora, este diseñador gráfico devenido a artesano (durante años fue jefe de publicidad en un importante supermercado) tenía en mente otro objetivo: conocer el telar más famoso del país: el de Doña Paula. La visita fue ayer y aunque no pudo hacer fotos (porque no está permitido), se mostró encantado de ver en vivo y en directo esos históricos palos habitados por tramas y urdimbres.

"Esto para mí es como entrar a Tierra Santa… ", comentó el muchacho de 40 años, casado con una tejedora y padre de dos hijos de 7 y 12 años, que buscando "una vida más sana" se instaló en Capilla del Monte, donde en 2006 -en medio de animales y huerta- decidió dedicarse de lleno a lo que comenzó como un hobby, y que ahora es su medio de vida y su pasaporte a distintas provincias y tradiciones, de las que va haciendo acopio.

"Pensar que la imagen de este telar que yo tenía era la del dibujo del Billiken o del manual Kapeluz", se ríe Pablo, que no puede evitar embalarse cuando habla de esta tradición que busca rescatar y revalorizar, desde la producción y la capacitación en comunidades urbanas y rurales.

Fascinado con el estado de conservación y la mecánica completa del telar "criollo" de Paula -al que, dice, "le falta una parte atrás, porque originalmente debió ser bastante más grande", Manganelli se atreve a jugar con la imaginación. "Veo las gallinas alrededor de la higuera, a la pobre mujer rompiéndose el lomo en el telar para ganar unos mangos y a Domingo Faustino correteando por ahí con algún palo en la mano, haciendo travesuras… una escena que sigue pasando hoy en el interior del interior, como se dice".