La palabra cultura implica el "cultivo" de la tierra y todo lo que de ahí se va desarrollando o refinando. La música "clásica" a veces llamada "culta" se origina siempre en la verdadera cultura de cada pueblo. Hay que saber "cultivarla". Las sinfonías N¦ 93-104 de Joseph Haydn (1732-1809) se conocen como "Sinfonías de Londres" o "Sinfonías Salomon" porque el oboísta y violinista alemán Johann Salomon (1745-1815) llegó a ser, una vez establecido en la capital inglesa, un organizador de conciertos. En dos oportunidades entre 1791-92 y 1794-95 logró que Haydn estrenara 12 sinfonías además de otras obras. Al estreno de la N¦ 102 en el King’s Theatre, Haydn se sentó al clave para dirigirla y por ese motivo los oyentes de las primeras filas, acercándose, rodearon la orquesta para estar junto al Maestro, quedando así libres las butacas del centro. De golpe un enorme candelabro cayó al piso y se hizo añicos, pero al no haber nadie no hubo heridos. Alguien gritó: "¡Milagro, milagro!". Esta historia luego se aplicó a la Sinf. N¦ 96 que se sigue llamando: "El Milagro" pero parece que se refiere a ésta. Musicalmente ambas son un milagro. Comienza con un extenso largo; violines y violas continúan el tema con un bello fraseo con armonías ricas y oscuras hasta que el vivace irrumpe en verdadero contraste. Y para el adagio, Haydn reutiliza el 2¦ mov. de un Trío para piano N¦ 40 compuesto un año antes. Es bellísimo y hay dos señales de que a él le gustara especialmente: en primer lugar porque alguien con tan fértil imaginación creadora no necesitaba "repetirse" pero además porque al inicio de sus sinfonías ponía en latín: "In Nomine Domini" (En el nombre del Señor) y al final: "Laus Deo" (Alabado sea Dios). Pero para este adagio agregó una hoja en blanco y escribió de nuevo: "In Nomine Domini". Sigue un menuetto enérgico y otra vez contrastado por un delicado trío. El final es muy rápido (presto) y gracioso. ¡Cómo se divertía Haydn y cómo divertiría a "sus" queridos músicos y a su público que por ello quería verlo "de cerca"! Los finales de las primeras dos sinfonías de Beethoven nos muestran que también este genio quería "acercársele". De esta sinfonía "de Londres" pasamos a un compositor nacido en esa ciudad en 1885, George Butterworth. Discípulo y amigo de Ralph Vaughn-Williams recorrieron la campiña inglesa recopilando melodías populares. Participó de la guerra del 14 recibiendo honores. Pero en la batalla del Somme -una de las más largas y sangrientas de julio a noviembre de 1916- falleció en combate a los 31 años. Sus compañeros lo enterraron junto a las trincheras pero en futuros bombardeos se perdió la ubicación de su cuerpo. Su obra más conocida de 1913 "The banks of green willow" (Las orillas de sauce verde) es delicadísima y típica de ese espíritu inglés musicalmente tan cercano a lo "francés" que en este caso llamaría: "romántico-impresionista" y que alude constantemente a las verdes campiñas inglesas. Debido a su trágica muerte, esta obra aunque 3 años anterior a la misma pasó a representar el sacrificio de su generación inmolada en tan tremendo conflicto y es como un himno "al soldado desconocido". Butterworth amaba bailar, sobre todo compases folklóricos. Aquí el clarinete de Marcelo González inicia una suave cantilena como para que su autor pudiera iniciar un baile campestre. El romántico corno precede a un ritmo más enérgico de las cuerdas como invitando a que sean más los que se animen a su danza para finalmente sentarse sobre el césped a descansar con un té y "scones". Es muy lindo notar cómo las danzas campestres inspiraban a Bach para sus "suites" barrocas, a Strauss para sus valses, a Dvorak o Bartok para sus temas folklóricos checos o húngaros y cómo entre nosotros alguien como Astor Piazzolla pudo transformar el tango (que a su vez se enraíza en música italiana) con influencia clásica, de Stravinsky y del Jazz en lo que llegó a crear. De 1939 a 1945 participó de la orquesta típica de Aníbal Troilo y a la vez haciendo "arreglos". Estando en Roma en 1975 se enteró de su fallecimiento y compuso una suite en memoria de su amigo. Esta suite "troileana" consta de bandoneón: La Pasión compartida por ambos; "Zita": El apodo de Ida Dudui Kalacci, su esposa; "Whisky": por la afición de Troilo al alcohol y la cocaína, "Escolaso": en lunfardo, un descanso exagerado, como del timbero que no deja de apostar al juego. Un placer volver a escuchar a Esteban Calderón en esta obra con la que el año pasado se cerró la temporada, pero esta vez acompañado no sólo por un cuarteto de cuerdas sino por toda la orquesta. Si hay "familias" de instrumentos, me inspiraba casi ternura ver al fondo el inmenso órgano tubular mientras escuchaba a su "hermanito más pequeño, el bandoneón". Y del "Whisky" pasamos a la palabra inglesa "Oblivion" que significa: "Una situación en la cual alguien o algo ha sido completamente olvidado" o bien "el estado en el cual no sabemos lo que nos sucede alrededor por estar dormidos o alcoholizados". Si el tango es melancólico, esta obra lo es de manera especial. El bandoneón inicia su tristísima cantilena. Hay cosas o personas que quisiéramos olvidar, pero son parte de nuestra vida y por algo sucedieron. Pero habrá siempre personas que son imposibles de olvidar; así cuando Vicente Piazzolla, el padre de Astor, fallece andando en bicicleta en Mar del Plata en 1959, Piazolla retoma una obra compuesta cinco años antes en París para su "Nonino" como lo llamaba cariñosamente, sólo que ahora se despide con un "Adiós Nonino".