Señor director: 

Estando en la ciudad de Formosa fui invitado al cumpleaños del doctor Juan Carlos Díaz Roig, muy conocido en el lugar, tanto como que es diputado nacional. Por suerte, me solacé con una fiesta a puro folclore, de las que son comunes en aquella zona cercana al Chaco salteño.  

Cantores, con guitarra, bombo, violín y acordeón, me atraparon por varias horas, haciendo esa música que es tan característica del lugar y que uno, aun siendo un lego, la puede llegar a distinguir de las que suenan en otras regiones del norte argentino. 

Es que se interpretan con ligeras diferencias. Por ejemplo la chacarera. No es la misma la de los santiagueños, más lenta y dulzona, que la del Chaco salteño, que fue la que escuché esa tarde. Es más "picadita". Y dice un intérprete muy conocido por aquellos lares, el "Negro" Gómez, que en la zona del altiplano, ya en tierras bolivianas, es más acelerada aún.  

En toda esa región, Norte de Salta, Chaco, Oeste de Formosa, y Sur de Bolivia, la música folclórica argentina se enriquece de coloridos y clima festivo, con el aporte de violines y acordeones. Lo mismo ocurre con la zamba "carpera". Ni qué decir cuando se enlaza, más hacia el litoral, con el chamamé, que es el rey indiscutido de la movida autóctona, con epicentro en Corrientes, y fuertes ecos en el litoral chaqueño, Formosa, Misiones y hasta Entre Ríos.  

Se me acercó el cumpleañero y me dice al oído "eso es un violín hechizo". ¿Qué significa? Le pregunté, así como al propio violinero. "Que está hecho caseramente. El que tengo ahora es de madera, pero también los hay hechos con tarros de aceite". Hay una zamba muy conocida del chaqueño Palavecino, dedicada a don Amancio Ruiz, que dice: "Su violín hechizo, tosco y sonador, corazón de algarrobo y un viejo listón…". Antes que se me desasnara sobre el tema, yo pensaba que "hechizo" tenía que ver con los embrujos que se arremolinan desde su melodía. Es probable que lo estoy diciendo sea harto conocido y no constituye ninguna novedad. Pero yo lo cuento porque nunca antes me había instruido sobre ese instrumento. 

Aseguran que fue introducido en épocas de la colonia por franciscanos y jesuitas, convencidos que la evangelización iba de la mano de la música. Razón no les faltaba. Pero no fue ésta la única novedad con la que me encontré. Al menos para mis pobres conocimientos musicales. 

Otro ejecutante lucía un pequeño bandoneón y, otra vez, el cumpleañero se me acerca, como pasándome una fija, y me dice: "Ése es un bandoneón de dos hileras. No tiene semitonos". También le llaman "verdulera", y este apodo tiene su origen en que ese instrumento fue introducido por los genoveses a fines del siglo XIX por el puerto de Buenos Aires.  

Frente a sus negocios atraían la atención de los consumidores tocando ese pequeño instrumento, por lo que le quedó el mote de "la verdulera". 

Nunca es tarde para aprender, me decía, mientras los musiqueros sacaban chacareras, zambas y chamamés, como quien saca peces de los ríos Paraguay, Pilcomayo o Bermejo, que son los de la zona. 

Música alegre, festiva, que levanta el ánimo de los escuchas y los hace explotar bailando, batiendo palmas o cortando el aire con un sostenido sapucay. "Distinta a la tonada -me apunta el "Pelufo" Barboza-, que es para escuchar en silencio, dejando que la melodía te endulce el alma y se aquieten los sentidos". 

Es otra cosa, pero igualmente rica para disfrute del alma. Es, en fin, música, bandera soberana que hermana los pueblos y enaltece nuestra argentinidad, en cualquier lugar del país donde nos encontremos.