Tarde o temprano, todos los seres humanos debemos soportar pequeños o graves problemas. Muchos de estos problemas deciden definitivamente el rumbo de nuestras vidas. Pueden llevarnos después de un doloroso calvario al fracaso, a la enfermedad y a la muerte misma si no estamos preparados mental y moralmente para hacerles frente y darles una feliz solución.
La suma de individualidades conforman las familias, las sociedades, se constituyen en comunidades y se organizan como pueblos, como Estado y como Nación. Ese todo organizado es semejante al individuo que suma en la perspectiva común al ser de todos. Merced a canales idóneos que el propio hombre de un modo sistemático y constante fue creando y adaptando en su devenir histórico, ese ser orgánico con sus distintas denominaciones puede expresarse en la univocidad del pensamiento común como uno solo, resumiendo vivencias, sentimientos y anhelos porque ante la necesidad de divulgar su identidad, se reconoce, en la capacidad como institución, de diluir la divergencia en convergente sendero. Ésta es la savia de la materia gris cuando el hombre consustanciado de su destino común construyó su espacio en equilibrio y con criterios de justicia.
Hoy, la paz social está afectada. Son muchos los elementos que han contribuido a situarnos en posiciones distintas que dificultan la búsqueda de soluciones. El peor de los pecados será negarlo. En el modo de aceptarlo está la solución de ese "tarde o temprano” del que hablábamos in principium. Los límites cuando no ofrecen razón suficiente, terminan siendo el peor bastardo de la existencia humana porque no se reconocen en su legitimidad. Necesitamos decirlo a sabiendas que una advertencia es una generosa inclinación de la intuición, del conocimiento, de la experiencia y de la conciencia, por ello le transforma en regla de oro ante cualquier fatalismo factible. Con prolija responsabilidad debemos decirlo y en esa misma medida debemos asumirlo.
El análisis de la coyuntura nacional nos obliga a escuchar el clamor de la lectura política y social de nuestro manso pueblo. En medio del exceso siempre está inherente el deseo y la convicción por encontrar el equilibrio aunque las distancias ideológicas posicionen en extremos diferentes expresiones antagónicas que dan notas de agresivas locuciones. La palabra autocrítica posiblemente haya sido la más pregonada de esta instancia conyuntural argentina. Se está hilvanando desde el "yo íntimo” esta plegaria sin cargar las tintas solamente al oficialismo. Significa que es la sociedad, desde todos sus estamentos la que intuye la necesidad imperiosa de esa forma auspiciosa al fijar un punto de partida que alumbre un reencuentro con las formas donde está el principio de la relación sobre la que se edifica la fecundidad de un diálogo necesario y urgente. El fondo de las cuestiones lo definirá una amplia mesa nacional que no debemos desdeñar y en esto sí juega su rol trascendente quien convoca, que conforme el mosaico político-social argentino, se ahorra tiempo si se realiza desde la más elevada jerarquía de la Nación.
La autocrítica debe ser el modo común de toda organización humana porque permite revertir situaciones difíciles y generar confianza entre los cuadros dirigenciales en su relación propia, con los conducidos y también, lo que es muy importante, se genera una relación efectiva y de ayuda respecto del asesoramiento a las distintas conducciones de los más diversos encuadramientos. En todos los hechos de la vida la autocrítica sirve para transformar conductas. En política sirve, también, para cambiar resoluciones en función de los objetivos y del camino propuesto para transitar, posibilitando revertir situaciones de fracaso o de aparente fracaso y transformarlas en triunfos o en situaciones alentadoras.
"LA AUTOCRÍTICA rescata lo bueno y lo malo de la acción política permitiendo realizar análisis de situación porque necesita testigos comprometidos para recoger la validez del juicio presente y futuro”.
