El próximo domingo Fundación Protea traerá su próximo espectáculo ‘Jugadores, póker de ases’ con el protagónico elenco de Daniel Fanego, Luis Machín, Omar Núñez y Jorge Suárez. En torno a una mesa, cuatro hombres (un barbero, un sepulturero, un actor y un profesor de matemática) juegan una partida al póker y durante el duelo, ponen en la mesa sus fracasos personales, la falta de dinero y cualquier posibilidad de éxito está pérdida. Pero se arriesgan igual. Los cuatro jugadores sin destino comparten ruletas, cartas, deudas, excesos e historias. La obra está de gira por el país y le toca el turno a San Juan. En lenguaje de comedia, Jugadores aborda un tema severo para el ser humano como es la adicción al juego y la ludopatía. DIARIO DE CUYO habló con Jorge Suárez, uno de los miembros del cuarteto actoral, quien accedió a la propuesta de ser entrevistado, pero desde los zapatos de su personaje, ‘el peluquero’.

– ¿Quién es usted? – Yo soy el peluquero. Fíjese que todos hemos perdido hasta el nombre por el gusto de jugar. Los cuatro somos el profesor, el actor, el sepulturero y yo el peluquero. Tengo unos bigotes intensos, un peinado para disimular la pelada y me encanta tener una peluquería antigua, al estilo barbería. Soy un hombre de extremada sensibilidad.

– ¿Cómo es su vida? – Estoy en un momento difícil con mi mujer. Haber perdido todo y casi perder el trabajo. Estoy al borde. Pero los jugadores son perdedores, aunque te cuenten que un día ganó la lotería, no te dicen que perdieron 300 días jugando. Es una negación muy grande que tenemos y tengo una incapacidad muy grande de llevar una vida normal. Me aferro a un oficio y disimulo mis falencias afectivas y emocionales. Que puede llegar a ser lo más conveniente para poder estar en paz con uno mismo. Tengo un TOC con la limpieza, a todo lo que encuentro, pongo en orden todo lo que no está ordenada el alma.

¿A qué le gusta jugar más? – Al póker y a la ruleta.

– ¿Pediría más fichas aun perdiendo la mano? – Por supuesto, siempre pediría más, el tema es tener la plata para comprarla. Sería capaz de empeñar mi reloj, mi anillo y seguir adelante para ganarle a la mesa y a todo el casino. Porque sentir esa adrenalina es única. Nosotros, los jugadores, no jugamos para ganar, sino de vivir ese momento especial donde das vuela la carta y se generan tantas cosas dentro del cuerpo que uno no puede explicar.

– ¿Puede ser una dulce adicción? – Es más que una adicción, es una enfermedad seria. Se puede perder no una, sino varias casas, autos, empeñando la familia y dejo desastres en el camino.

– ¿Cuál sería su cruz más pesada? – Creo que no poder entablar un vínculo como desearía con mi esposa.

– ¿Cómo son sus compañeros de mesa? ¿Qué tienen en común entre ustedes? – Hay una sensación de mucha confianza, de generosidad entre todos, para que el otro se sienta bien y cómodo. Somos un grupo de amigos, que nos une el juego y nos entendemos, nos acompañamos y nos ponemos al día con nuestros conflictos. Nos criticamos también. El sepulturero, por ejemplo, es muy divertido porque tiene una relación amorosa con una prostituta y es la única manera que él tiene de poder encontrar un espacio o una relación afectuosa con alguien.

– ¿Por qué se juntan en la cocina para jugar? – Estamos en un departamento chiquitito y humilde. Es una cocina-comedor donde se ha vendido casi todo, con pocos muebles. Es un lugar muy pobre, y bueno: tenemos dos habitaciones, una del padre del profesor, que es el dueño de la casa, y la otra habitación es de su padre.

– ¿Para usted el casino es…? – Es un templo para nosotros. Es el lugar predilecto como salida, como escape sin tener que estar encerrado. Pero es también un lugar peligroso. Tenemos normas, reglas, horarios y límites de apuestas para no convertirnos en jugadores compulsivos sin control. Está todo estipulado y medido, cualquiera de nosotros que rompa ese límite es de alguna manera juzgado por el otro.

– ¿Lo hacen por plata o sólo para divertirse? – Sí al principio, jugamos por plata. Después la excusa es por entretenimiento e inevitablemente al final, es la adicción y la enfermedad. A la vuelta de cada hogar hay un casino o una casa con maquinitas para apostar fichas. Es una moneda corriente que las señoras mayores vayan desde las 10 de la mañana y salgan a las 4 de la tarde. Es tan trágico y terrible y tan gracioso el gusto de disfrutar ocho horas de esta sagrada vida, teniendo un vínculo con la máquina que dará algunas monedas. Hay una unión entre el juego y la desazón de la vida. Un juego bastante perverso.