Se han cumplido ya los 50 años de inicio del Concilio Vaticano II y estamos celebrando el Año de la Fe. El papa Francisco ha querido regalarnos un nuevo don: la primer encíclica suya, "’escrita a cuatro manos”, o sea, retomando las líneas ya trabajadas por Benedicto XVI. Aquí radica una de sus originalidades, es decir, dos Pontífices coparticipando en la misma encíclica.
Veamos algunos párrafos significativos de "’La Luz de la Fe”. "’La Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado, sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido para que siga guiando su camino”. Por eso es que parte del testimonio de Abraham, icono común de la fe de religiones monoteístas: "’La fe ve en la medida que camina, en que se adentra en el espacio abierto por la Palabra de Dios”.
La fe no tiene como objeto sólo a Jesucristo sino que nos lleva a participar de su misma experiencia: en el modo de ver de Jesús. La fe nos invita y permite que entremos en su vida, en "’escuela”, y en definitiva, en la lógica de su amor. Por eso es que la luz de la fe es también, luz del amor. Como dijera Benedicto XVI, en una categoría propia suya, es el "’corazón que ve”.
Lo contrario de la fe se manifiesta como idolatría: mientras Moisés hablaba con Dios en el Sinaí, el pueblo no soporta el misterio del rostro oculto de Dios y fabrica sus ídolos. Como necesitando ver las representaciones de Dios, quien no se deja ver pero sí escuchar. Y dando una ojeada a nuestra cultura secularizada la encíclica afirma: "’Nuestra cultura ha perdido la percepción de esta presencia concreta de Dios, de su acción en el mundo”. A veces pensamos que Dios está lejos de los avatares del mundo, pero no es así. Si Dios no fuese capaz de actuar en el mundo "’su amor no sería verdaderamente poderoso, verdaderamente real, y no sería entonces verdadero amor, capaz de cumplir esa felicidad que promete”. No es completa entonces la mirada de un Baruch Spinoza al decir que Dios sólo estuvo al comienzo del mundo, como gran arquitecto que planificó el universo, pero después se refugió tranquilo en su alcázar. No, Dios crea todo y esa creación es relación continua de Padre que cuida a sus hijos y les alivia el camino. Y eso lo afirma una fe en Dios que es capaz de amanecer todo los días "’antes que el sol” (Lacordaire).
La imagen principal que se desprende de toda Lumen Fidei es la fe como luz, no una pura emoción subjetiva sino un modo de acceso privilegiado a la verdad. Este, recordemos, es unos de los temas centrales de la preocupación del Ratzinger teólogo. Además, vale la pena decirlo, en la encíclica encontramos no sólo la cita sino el diálogo con escritores y poetas de la talla de Dante Alighieri, F. Nietzsche, F. Dostoievski o Th. Elliot. Hay luz también en ellos. Aunque sea necesario hacer la "’criba”, o sea, distinguir dónde estás la verdades y dónde las zonas oscuras. Hay fragmentos que pueden brillar con luz propia.
Una de las frases más significativas de la encíclica es la que se encuentra en el nº 57, hablando sobre la relación fe y sufrimiento humano. Allí el papa Francisco expresa: "’La fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar”. Formidable consideración. Pareciera seguir un estilo "’kenótico”, para nada triunfal. Al que sufre, sobre todo al que sufre de modo inocente, Dios no le abruma con razonamientos que expliquen situaciones complicadas. "’Le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz”. En Cristo, varón de dolores, Dios mismo ha querido compartir solidariamente con nosotros esa historia del dolor humano.
Profesar la fe no nos lleva al olvido del sufriente. Al contrario, la fe se vuelve operativa en el amor. Y hasta se recibe luz del enfermo. San Francisco recibió luz de los leprosos, Madre Teresa de los pobres, San Camilo de los inundados del río Tevere. La lista es interminable. Quizá no pudieron darle la explicación acabada de todo sus penurias. Pero la mano los acariciaba y el pan era compartido. La fe y la caridad se toman de la mano para hacer surgir al hombre nuevo. La una sin la otra se vuelve entelequia. Y el amor sin fe, pierde la brújula cierta. Profesemos la fe y seremos discípulos de Jesús, constructores de la civilización del amor.
La encíclica cierra con una breve reflexión en torno a la fe de la Virgen María, mujer de la escucha silenciosa y del anuncio valiente. "’Felíz de ti porque has creído”, le dice Dios. Ciertamente felíz, porque la última certeza no le vino de su razón: le vino de su corazón creyente y enamorado.
(*) Párroco de Nuestra Señora de Tulum y Director del Instituto de Bioética de la Universidad Católica de Cuyo.
