Que se ponga la camiseta de sus amores en un módico partido amistoso, ante un adversario de escaso relieve y en un escenario de nula raíz futbolera son detalles menores: Ariel Ortega vuelve a River y ahí mismo tenemos un suceso extraordinario.

Tenemos un Burrito de 35 almanaques en el desván, un Burrito otoñal, o acaso invernal, que viene de perderse en el tumulto de la B Nacional: una prestación mediocre en el mediocre Independiente Rivadavia de Mendoza.

Y tenemos un Burrito que por razones harto conocidas sufre una sensible merma de su condición física, y eso desde hace ya un tiempo considerable.

Suponer que de un día para el otro resurgirán sus gambetas, sus piruetas y sus primaveras se corresponde con un cierto ejercicio de insensatez.

Pero se lo ve tan comprometido con la nueva travesía, tan seguro de sí mismo, tan entusiasmado, que dan muchas ganas de que el fútbol y Ortega consumen el milagro.

Walter Vargas/Agencia Télam