Estamos en este mes de septiembre celebrando con toda la Iglesia el llamado mes de la Biblia. Este libro sagrado lo llamamos "Palabra de Dios” porque contiene la Revelación de Dios dada a los hombres. La teología nos enseña que la Revelación de Dios se dio mediante dos modos: la llamada tradición oral y la tradición escrita. Ambos modos son "Palabra de Dios”. La Biblia, tradición escrita, la entendemos dejándonos guiar por aquellas tradiciones orales que están en las bases de cada uno de los libros sagrados. Estos libros fueron gestados en torno a comunidades concretas: el Antiguo Testamento en torno a Israel y el Nuevo Testamento en torno a distintas comunidades según la acción evangelizadora de los distintos ámbitos de predicación de cada uno de los apóstoles. En este sentido podemos entender aquellas palabras de San Agustín que nos dice "la Iglesia me enseñó las Escrituras”, es decir, primero existió la Palabra de Dios vivida, celebrada, y luego, un tiempo mas tarde, se consignaron los libros sagrados.

La Biblia más que un libro es una biblioteca, está formada por 73 libros: 46 para el Antiguo Testamento y 27 para el Nuevo Testamento. Esta lista de libros inspirados se lo llama técnicamente con el nombre de "canon bíblico”.

Se escribió en un proceso de mil años desde el 950 aC, donde comenzaron a redactarse grandes partes del libro del Génesis, hasta el 96 aproximadamente después de Cristo, cuando la llamada tradición joánica terminó las ediciones definitivas del evangelio según san Juan, sus cartas y el libro del Apocalipsis. El último libro del Antiguo Testamento en escribirse fue el libro de la Sabiduría, en el 50 aC y el primero en escribirse del Nuevo Testamento fue la 1ra carta de Pablo a la comunidad de Tesalónica en el 50 después de Cristo.

¿Quién escribió la Sagrada Escritura? El autor principal fue el Espíritu Santo y los llamados autores instrumentales fueron aquellos autores humanos llamados hagiógrafos, que inspirados por el Espíritu de Dios, escribieron aquello que debían escribir.

La Sagrada Escritura debe ser leída con una gran humildad desde un corazón creyente. Leer la Biblia es ponernos en una humilde actitud de escucha donde leer es obedecer la Voz de Dios. La Palabra de Dios esta dirigida a nuestros oídos creyentes. Esta lectura creyente es transformadora de nuestra vida porque el Espíritu Santo obra en nuestro interior. Aquel Espíritu que inspiró a los autores a escribir actúa en nosotros, aquí y ahora, alumbrando las situaciones concretas de nuestra vida.

Poner nuestra mirada en las Sagradas Letras es dejarnos divinizar por Dios. Quien se deja atrapar por la Escritura convierte el corazón, podemos mirar, por ejemplo, la vida de Paul Claudel, donde en una memorable noche de Navidad, después de haber caminado las lluviosas y mojadas calles de regreso a su casa, tomó una Biblia que le había regalado una amiga a su hermana Camille y abriéndola escuchó por primera vez la Voz tan dulce y a la vez tan inflexible de la Sagrada Escritura, voz que para siempre resonó en su corazón.

Que en el torbellino de nuestra vida, en medio de las preocupaciones, de aquellas situaciones imposibles de cambiar, en la angustia o aflicciones, en la enfermedad, creamos en la fuerza salvadora de la Palabra de Dios.

(*) Párroco de 25 de Mayo.