Perdida en la gran nube de internet, flota una bella frase: "Hay personas que cuando sonríen, te abrazan el alma”. Como ésta, hay muchas. Los poetas y pensadores son acariciadores de soledades y formadores de sueños.
Bienvenidas las palabras dulces, los gestos amables, las miradas que unen. Es muy bueno que haya gente que entra a internet para acariciarnos.
No es lo mismo ingresar a un lugar con una mirada fría, una actitud distante, que hacerlo con una sonrisa. El buen gesto enciende ambientes y corazones. Nadie ha de encontrarnos de entre el fárrago de gentes y soledades, nadie ha de endulzarnos el alma, si no le ponemos a disposición al menos algo de nuestro mejor costado.
El gran poeta Hamlet Lima Quintana dijo en su poema fundamental: "Hay gente que con sólo decir una palabra enciende la ilusión y los rosales… Hay gente, que con sólo dar la mano rompe la soledad, pone la mesa, sirve el puchero, coloca las guirnaldas.
Que con sólo empuñar una guitarra hace una sinfonía de entrecasa… Y uno se va de novio con la vida, desterrando una muerte solitaria, pues sabe que a la vuelta de la esquina hay gente que es así, tan necesaria”.
Siempre agradezco (y conservo en el corazón) a aquellos que por la calle me transmiten la simpatía de compartir estas notas que vuelco en el Diario. Uno escribe para desenredar madejas de sentimientos, pero también para compartirlos.
La dicha de poder hacerlo periódicamente y que de algún modo estos actos -en suma de amor- sirvan a alguien, es alimento espiritual.
Nunca olvido una frase de una señora amiga que me reprochó verme por la calle con un gesto sombrío. Desde entonces, acomodé el rostro, dándome cuenta de que no tenía razón alguna para transmitir lo negativo o alguna circunstancial tristeza.
Fue como que casi todo cambió, que los gorriones comenzaron a saludarnos, que la gente es menos indiferente y más partícipe de nuestros derroteros.
Uno va por la calle portando en el silencio una dotación de vida de la que está integrado, que poco tiene que ver con la quietud, y más bien con rumores, risas, penas, aspiraciones con contenidos, recuerdos. Todo nos concierne, todo nos contiene y explica como seres irrepetibles.
Una mañana de esas, una señora de edad me detuvo con respeto; simplemente, agradeció mis reflexiones escritas semanalmente y se alejó sin otras palabras que "gracias por lo que escribe”. Me fui pensando que esa mujer amable me había hecho profundamente feliz ese día -creo- de un otoño casi lloroso.
Uno está formado de estas cosas simples, estos momentos mansos. Aunque, en otra oportunidad, otra mujer de gesto poco amistoso, una tarde otoñal de Zonda infernal que cruzaba a llamaradas la plaza Veinticinco, me dijo: "Acábela, de la Torre, con eso de "San Juan en otoño”.
