La Cumbre climática de las Naciones Unidas, que se celebrará en noviembre en Marraquech, promete cambios drásticos en el protagonismo de los diferentes países comprometidos en pasar de la retórica y las promesas, a la acción concreta de sus planes para mitigar los efectos del calentamiento global que genera los estragos atmosféricos.
Se bien los objetivos medioambientales de la ONU para los próximos quince años son amplios, incluyendo poner fin de la exclusión y la pobreza crónica, para lo que se requiere ahora diseñar los mecanismos financieros y de transferencia tecnológica a fin de asistir a las naciones emergentes, ya se avanza en otros frentes para controlar al dañino efecto invernadero del planeta.
Algunas soluciones se están dando por el lado de reponer los recursos que la depredación humana ha causado, como la reforestación en amplias zonas para mejorar la calidad del aire y reducir la emisión de gases contaminantes, algo que permitiría alcanzar el objetivo de construir ciudades en las que el desarrollo ecológico esté integrado con el económico, social, cultural y político. En ese sentido China ha comenzado un plan de reforestación para que en 2020 una cuarta parte de su territorio esté cubierto por bosques y construir una, como lo denomina Pekín, ‘civilización ecológica’.
La reposición de los bosques nativos también es una realidad incipiente en Costa Rica, Botsuana y Alemania para avanzar hacia el desarrollo sostenible. En el caso de las medidas adoptadas por Costa Rica, se ha conseguido revertir la deforestación y se ha reducido la pobreza mediante el apoyo a propietarios y agricultores para gestionar de manera más eficiente sus tierras. Costa Rica se ha convertido en uno de los primeros países del mundo en iniciar un programa llamado Pago por Servicios Ambientales, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente.
Las graves consecuencias del cambio climático generan temor en todas las naciones. En mayor o menor medida, nadie quedará al margen de crisis humanitarias, guerras, conflictos, falta de acceso al agua potable, hambrunas que desestabilizan gobiernos y desertificación, provocando migraciones masivas. La degradación del medio provocará cerca de 200 millones de refugiados climáticos en 2050, si no se actúa de inmediato.
