Miradas bien argentinas, ojos bien abiertos que se vienen las doce. El clima decidió acompañar y casi no hace falta el calor del chocolate, al menos en la plaza 25. Fueron llegando de a poco y, de pronto, se convirtieron en uno sólo.
Paisaje repentino y sorprendente. Pocas veces se ha visto semejante manifestación sin la necesidad de que gane nadie, de que alguien meta un gol o se consagren las aspiraciones políticas de algún fulano que decide copar la plaza para mentirle al resto con supuestas alegrías populares. Nadie reparte choripanes ni se ven en las calles los colectivos movilizadores de multitudes, llenos a razón de 50 pesitos por cabeza.
La gente llegó sola, con la ayuda del boleto de línea libre, y está allí dispuesta a dar una lección. Engorda a cada minuto, de emoción claro. Entran desde todos lados, sin más que esperar que sean las doce. Hay de todo: señores mayores con banquito, matrimonios con hijos, parejas a los arrumacos, muchos niños y mujeres. Están los muchachos que calientan la popu y sacan de la galera algún cantito tribunero. Banderas militantes, largas y marcadas de consignas. Y banderas hogareñas, sencillas y de bolsillo.
De pronto, la plaza se indigesta de gente, parece reventar. Alarga sus límites hasta Central y Tucumán, donde aguarda un escenario previsto para algo bien menor. Desde allí, la marea recorre la ancha avenida hacia el Oeste, penetra la plaza, monumentos y fuentes. Tapiza de rostros felices las calles adyacentes y llega hasta la Catedral. De no creer.
Algún astuto subió el campanil, para dominar desde allí y de un sólo suspiro el espectáculo completo. Hace flamear y larga la cuenta regresiva. Diez, nueve, ocho. Los niños gritan, las señoras lloran. Tres, dos, uno. La pantalla muestra Ischigualasto y se oye el himno, pero muy pocos lo pueden ver. Menos escuchar, entre tanta emoción al desnudo, las banderas bien arriba y la distancia indescontable.
No importa, se canta a grito tendido. Pasó la canción patria y alguien encuentra el Feliz Cumpleaños para que no decaiga. Y así un rato más, hasta decidir volver a casa con el alma llena. Pasó una plaza para la historia. Sin dueños que respetar, ni ídolos para reverenciar. La mejor plaza que se haya conocido.
Y con la resaca, es oportuno desgranar un decálogo de reflexiones sobre lo que se pudo ver y escuchar.
1 – El desborde. La plaza 25 fue sólo un botón de muestra. Hubo más, en San Juan y en todo el país.
La descomunal participación popular fue sin dudas la frutilla de la fiesta y, a la vez, el mejor significado. 6 millones de personas en la 9 de Julio, decenas de miles en la plaza sanjuanina y desbordes por donde sea pudieron más que cualquier cálculo optimista. No porque no pensaran en positivo los organizadores, sino porque el fenómeno los superó claramente.
En Buenos Aires, las movilizaciones populares que más se recuerdan son los cierres de campaña de Alfonsín y Luder -entre 1.000.000 y 1.200.000 personas- en campaña de 1983. Y los funerales de Eva y de Perón. Ahora, ese ranking estará liderado vaya a saber cuánto tiempo más por los 6 millones de personas de este fin de semana, con un día de lluvia y todo. Tampoco en San Juan se recuerda tanta gente en la calle de manera espontánea.
El otro punto a valorar fue el clima de celebración. La convicción de no ser menos que nadie ni que todo tiempo pasado fue mejor. A pesar de todo, la gente encontró motivos. Salud.
2 – La unión. ¿Qué hace un persona cuando hace flamear una bandera? Seguramente no es agitar un trapo cualquiera.
Flamea colores que dicen algo. Y en el caso de los nacionales, se apodera de una manera de decir que hay algo por encima de todo. Que uno puede vivir en la diversidad, si de eso se trata la vida. Y que hasta está permitido algo de vehemencia en la defensa de esos tamices.
Pero la bandera argentina sobrevuela por encima de todo, justamente porque es el emblema de la unión. Esa que sintieron los millones que salieron a la calle el fin de semana: en los mismos lugares, había gente enemistada desde hace tiempo, se insultan, se enjuician, se pelean, pero responden a las mismas emociones. Allí está la complicidad de la plaza, de sentirse atravesados por algo, aunque sea un instante. Y hubo terrenos en donde eso no pasó.
3 – Las diferencias. El Colón, las cadenas de televisión confrontadas, los tedeum, algunos casos donde ese sobrevuelo de la bandera por encima de todo no pudo ser verificado. Por fortuna, fueron excepciones, pero suele decirse que el terreno de la política debería militar con el ejemplo.
La presidenta Cristina eligió una manera desafortunada para referirse al asunto. Dijo que justamente la Revolución de Mayo fue un ejemplo de confrontación y no de acuerdo. El asunto es que aquí el choque se estaba produciendo entre supuestos integrantes del mismo bando: los que quieren un país independiente, más allá de los medios de cada uno.
4 – La organización. Las 19 carrozas que integraron el espectáculo montado por Fuerza Bruta estarán entre las postales más conmovedoras del país en los últimos tiempos. Sin más. Mismo renglón a la diversidad artística: de géneros y de pertenencia ideológica, en medio de una puesta deslumbrante. Lástima que no haya despertado más interés entre los patriotas del encendido. El día del Bicentenario, Canal 7 -que dio los festejos completos- midió menos que Telefé y el 13: 7,3 contra 7,9 y 8,3. Y lo más visto fue Tinelli, a la misma hora que los acróbatas entregaban un fresco conmovedor.
5 – Ischigualasto. Un anticipo del gobernador Gioja que también tendrá un lugar en los libros de historia provinciales, que relatarán cómo fue que desde un rinconcito de por aquí se transmitió en cadena nacional el primer minuto de los dos siglos de la Patria.
De gran efecto publicitario. Ninguna campaña, ninguna difusión podrán empardar 17 puntos de rating en Buenos Aires sólo para Canal 7, lo que debe estar arrimándola a las cadenas nacionales más vistas de los últimos años.
Allí, dibujada, la silueta del submarino repleta de luces y de esplendor. El resultado de aquel anticipo del año pasado, cuando nadie pensaba en el festejo del Bicentenario y Gioja le pidió a Cristina el gesto en uno de sus viajes. Y cuando el resto se despertó, la fecha ya estaba tomada.
6 – Derivaciones. Las hubo en San Juan, y varias. Hacia el plano interno, porque el gobernador decidió emitir un mensaje justo en el minuto después de concluido el himno desde el valle. Y fue tal vez la decisión oficial más desafortunada. Porque mientras hablaba en tono solemne, la 9 de Julio devolvía una imagen opuesta: festejo, fuegos artificiales, todo para arriba. No fue el mejor momento, y menos con las dificultades técnicas que había sufrido la transmisión, con pretensiones de salir desde 12 departamentos y consiguiéndolo sólo en 5. Las quejas, aquí, fueron más que los aplausos, especialmente de los intendentes que se habían vestido de fiesta.
Panorama invertido en la dimensión nacional. Gioja viajó el 25 a capitalizar el suceso de Ischigualasto y buscar silla en la mesa para pocos de la cena de gala. Se acomodó cerca.
7 – San Juan en la 9 de Julio. Desfile de provincias con resultado variado. Hubo verdaderos papelones -provincias con guitarreros- y grandes sucesos. El cuadro sanjuanino que resumió la Fiesta del Sol estuvo entre estas últimas. Le dio color a una apagada avenida con vestuario sobresaliente.
Lo mismo para el stand, muy por encima de los planes: faltaron chivos, empanadas y todo tipo de insumos. Les volaron todo lo que tenían y la tradicional cocina sanjuanina consiguió relucir.
8 – Centenario vs. Bicentenario. Sin dudas, el debate del fin de semana. Por un lado, los fastos de 1910, acompañados por un lugar sobresaliente del país en materia de crecimiento de su producto, de sus exportaciones y de su economía, entre las 10 más importantes del planeta. La contracara, el estado de sitio dictado por Figueroa Alcorta para apagar los reclamos sociales.
Por otro lado, el consabido derrumbe económico que relegó al país a un puesto más lejano de los primeros 100, pero con la consagración de los derechos laborales y civiles, como el voto. 2010, celebrado con 27 años de democracia ininterrumpida.
¿Quién gana? Depende de cómo se mire. Lástima no haber podido evitar el deporte nacional de encontrar un rival enfrente.
9 – Política. Venía redonda la fiesta, sin alusiones políticas de ninguna clase. Ni siquiera un logo de la Presidencia en la pantalla del canal estatal. Nada. Ni los artistas hicieron alusiones a algún sector político, ni los carteles y los impresos en pantalla destacaron obras públicas.
Se entendió que en una fiesta tan amplia no había lugar para la manipulación política, y se cumplió asombrosamente a rajatabla. Hasta los minutos finales, cuando la Presidenta y el ex presidente se calzaron un sombrero que decía "Kirchner presidente 2011" que traía uno de la comparsa. Fue un error grueso, tal vez el más doloroso de una gran fiesta.
10 – Presidentes. Asistencia casi perfecta de Sudamérica. Faltaron Alan García de Perú y Alvaro Uribe de Colombia, casualmente junto al chileno Sebastián Piñera las excepciones de centroderecha en el paisaje de centroizquierda de la región. Y justamente al único que vino de ese bloque, el vecino, debió sufrir una especie de desplante. Fue cuando en el museo de próceres continentales fue nombrado Salvador Allende, desplazado a cañonazos por Pinochet de la Moneda. Piñera -en cuyo Gobierno habitan varios pinochetistas- tragó saliva pero se lo vio incómodo: no aplaudió, como lo hacía todo el auditorio de la Rosada.
Diez instantáneas de un momento histórico, para recortar y guardar. Los días en que los ciudadanos coparon las plazas para cantar el himno. Seguramente, si Argentina gana el mundial no habrá tanta calle tapada de gente. Que se cumpla, para comprobarlo.
