Teresita del Niño Jesús, que tiene una Parroquia especialmente dedicada en San Juan en el Barrio Güemes, y cuya imagen está expuesta para la veneración de los fieles en multitud de templos, iglesias y capillas, es muy querida por el pueblo cristiano por su gran amor a Jesús y por el "caminito" de la infancia espiritual que descubrió y enseñó a partir de las palabras del Maestro en el Evangelio (Mateo 18,3). Se la celebra hoy 1 de Octubre, día posterior a su partida hacia el cielo.

Falleció a los 24 años víctima de la tuberculosis en un convento carmelita, similar al de las hermanas del Carmelo de María, en Villa Independencia, Caucete, ofreciendo su vida como ofrenda de amor a Jesús por todos.

De pequeña, Jesús le dio un signo claro de que la escuchaba, cuando llegó a sus manos un periódico que anunciaba la condena a muerte, de un peligroso delincuente de aquella época apellidad Pranzini. Aunque era impenitente y se declaraba ateo, Teresita le pidió a Jesús un signo de conversión antes de su muerte. Y he aquí que, en el momento previo a la ejecución, Pranzini besó con devoción la cruz que le aproximó el capellán.

Descubrió que, a pesar de querer ser "todas las vocaciones", por lo importante que es cada una, su vocación más específica era ser, para todas, el "amor": Una frase la caracteriza en su pequeña autobiografía titulada "Historia de un alma": "En el corazón de la Iglesia, que es mi Madre, yo seré el amor".

Decía que ella misma quisiera estar en el infierno para que desde allí alguien ame a Jesús también.

Fue declarada Doctora de la Iglesia por su doctrina innovadora y su manera de vivir la infancia espiritual, como un camino que a todos nos puede ayudar para acercarnos a Dios: Solía decir que era la pelotita de Jesús, que es arrojada y pisoteada por el suelo, y como hacen todos los niños con sus juguetes, la rompió "para ver lo que había dentro" (haciendo referencia a sus numerosas pruebas, enfermedades y dificultades, que no lograron extinguir la fidelidad y el amor que encerraba su corazón).

En los momentos previos a su muerte, las hermanas que la acompañaban en la enfermería del Convento, y en los momentos en que la fiebre se hacía más alta, sin darse cuenta de las palabras que salían de sus labios, la oyeron decir varias veces: -"Están atendiendo a una pequeña santa".

Cuando volvía en sí, y las hermanas le comentaban lo que había dicho, ella lo negaba humildemente…

Aún estando en la clausura de un convento contemplativo y sin salir, fue declarada Patrona Universal de las misiones, junto a San Francisco Javier, jesuita y predicador misionero.

En el momento de su muerte, recobró la lozanía y luminosidad que tenía a los quince años, cuando la enfermedad todavía no había hecho su aparición.