“No tenemos dónde caernos muertos”, dice Pedro Cortés. “Todavía con problemas psicológicos, sin poder dormir, con deudas y sin trabajo”. Cortés, que con sus 26 años es de los más jóvenes del grupo de los mineros del derrumbe, cuenta que “la unión familiar se perdió por el aspecto psicológico. Mis padres y mi hija no han tenido tratamiento, entonces todavía hay tensión, nos estresamos por cualquier cosa”, explica.