Podría pensarse que se trataba de una persona apocalíptica. Lanzó una crítica feroz contra la decisión oficial de aplazar una semana más el inicio de clases. Y lo hizo detrás del escudo del off the record. Su vasta trayectoria en el ámbito educativo le daba jinetas para opinar libremente. Pero su cargo institucional le imponía la prudencia y, aparentemente, un diplomático silencio.

Dijo que de antemano se sabía que la peor curva de frío -con el riesgo de contagio que implica- llegaría a finales de julio o principios de agosto. Y que el corte abrupto y adelantado del dictado de clases se debió más a un criterio político que pedagógico-sanitario. Precisamente lo contrario a lo que esgrimió el Ministerio de Salud, al decir que la curva de consultas pediátricas había trepado sin freno y que sólo se contuvo al detener súbitamente el cursado escolar.

Pero no quiso oír el argumento oficial ni ceder en su plan de crítica. En cambio, agregó que en su establecimiento educativo se pagó alrededor de 400 pesos por la desinfección de cada aula, para recibir al alumnado en condiciones de higiene apropiadas. La cifra pareció sorprendente por lo elevada. Sin embargo, insistió con que por menos de ese dinero no se puede garantizar un trabajo aceptable.

La ministra de Educación ha repetido con ahínco que basta con agua, detergente y lavandina para limpiar las escuelas. Sin embargo, la crítica no cedió. Y aseguró que no se puede pensar en un operativo de limpieza acotado al virus H1N1 sino que hay que pensar con mayor amplitud acerca de todas las amenazas sanitarias.

Y no paró. Apuntó al resultado académico de este 2009 afectado por la gripe A. Y dijo que una solución posible para recuperar el tiempo perdido sería dictar clases los sábados. Pero reconoció que tanto docentes como padres de alumnos se opondrían a una medida semejante. Por lo tanto, sería inviable.

En tremenda concepción y en medio de tanta crítica, la autoridad académica mostró su verdadera intención: cada acusación lanzada no era más que un latigazo hacia la propia espalda, porque entendía que los fracasos, cuando se habla de educación, son compartidos. Entonces, sus palabras ya no sonaron apocalípticas, sino responsables. Y su punto de vista, necesario.