La Iglesia celebrará mañana el denominado "Domingo de la Misericordia divina”, instituida el 30 de abril de 2000 por Juan Pablo II, cuya beatificación también tendrá lugar mañana. Un Papa santo que ejerció el perdón y la misericordia de modos extraordinarios, como cuando perdonó de corazón a su agresor. El 27 de diciembre de 1983 fue hasta la cárcel romana de Rebibbia para abrazar a Mehemet Alí Agca, que le quiso quitar la vida. Perdonar es siempre posible. Es cuestión de comenzar. Quizá surge la pregunta: ¿por qué el perdón resulta siempre más fácil para los otros que para mí? Podemos también decir: "me hicieron demasiado daño, hablar de perdón es fácil, pero ¿vivirlo?”. Es cierto: sólo no puedes; sólo lo harás por El y con El. Pero es un remedio, una liberación, una pista de vuelo que nos lleva a otras tierras. Perdónate primero a ti mismo, si te sientes culpable. Eres tu primer obstáculo. No lo olvides. Todas las heridas que tienes te impiden caminar. Ayúdate también a perdonar al "otro”. No lo acuses tanto. Podemos preguntar: ¿olvidar o perdonar? Perdonar sí, olvidar no. En inglés se dice "forgive”, de dar, regalar, que no es "forget”: olvidar. El olvido nada tiene que ver con el perdón; es cuestión de memoria. El alma no es un pizarrón al que se le pasa un borrador. Perdonar es pasar por arriba de la falta y del recuerdo. Es una tela de mejor calidad que cubre y abriga. Judas no creyó en el perdón, y se ahogó en su desesperación, llegando a suicidarse. Pedro lloró amargamente y confió en el perdón. Hay que animarse: perdonar es siempre posible. Es la única huella verdadera de un hermoso camino sin retorno. Perdonar no es una salida: es la única solución.
Hay algo más: Dios es inocente del mal. Quizá tu pregunta es, ¿por qué Dios permitió todo esto? ¿Por qué no hizo algo para evitar este mal? ¿Cómo Dios puede pedirme tanto? Dice el profeta Oseas: "Vengan, volvamos al Señor. El nos ha desgarrado, pero nos sanará; ha golpeado pero vendará nuestras heridas. Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia". Si perdonas, Dios saldrá inocente de tu juicio. Si no perdonas, siempre estarás condenado a Dios. El que es todopoderoso, pudo haber hecho su ingreso en el mundo con un acto de poder, de autoridad, de prepotencia y de dominio. Pudo haberle quitado la vida a Herodes cuando empezó a perseguirle desde la cuna, y sin embargo no ejerció el poder que tiene sobre la vida. No se impuso por su autoridad, ni tampoco por su poder. Se impuso por la fuerza irresistible de su palabra, de su ternura y de su perdón que siempre hacen milagros. Recordamos al inicio de esta reflexión el perdón que el Beato Juan Pablo II ofreció al terrorista turco, pero también es necesario no olvidar un gesto maravilloso que tuvo el Beato Juan XXIII. Cuando era Patriarca de Venecia, supo que uno de sus sacerdotes llevaba una mala vida y frecuentaba lugares no dignos de un cristiano y menos aún de un sacerdote. Pudo suspenderlo en sus funciones, pudo aplastarlo con su poder, pudo ejercer toda la fuerza destructora de una autoridad sin caridad. Pero ¿qué hizo? Lo esperó un día en el lugar que el sacerdote solía frecuentar. Cuando éste lo vio, palideció. El Patriarca lo tomó de un brazo, como hacen los italianos en señal de generosa amistad y con toda naturalidad le pidió que lo acompañara al palacio episcopal. Una vez llegados a su despacho, Roncalli se arrodilló ante el sacerdote y le pidió: "Padre, confiéseme por favor”. Y lo hizo con toda humildad y naturalidad. El sacerdote le absolvió y el Patriarca abrazándolo le dijo: "Hijo mío, quisiera que reflexiones sobre el don maravilloso que recibiste de perdonar los pecados, incluso el de tu Patriarca. Que esto te anime a evitar lo más posible el pecado en tu vida como gratitud a nuestro Señor”. No sé como terminó la historia, pero creo que no hace falta saberlo con exactitud. La anécdota tiene sabor a Cruz porque habla de comprensión, de salvación que no humilla, de autoridad que sirve, de uno grande que se hace pequeño para salvar a los pequeños que se creen grandes.
En el mundo de la indiferencia, los hombres dicen: "Vivo y dejo vivir”, pero la cuestión es más grave cuando sin perdonar a los que nos ofenden u ofendieron, se hace tristemente realidad el "Vivo y dejo morir”. Sí, dejamos morir cuando desinteresándonos de quien nos ofendió seguimos alimentando el resentimiento en un corazón que a causa de éste, envejece cada día un poco más. Tener entrañas de misericordia y ofrecer un generoso perdón, hablan siempre de ternura y tienen el sabor eterno de esa resurrección de la que todos necesitamos para no tan sólo existir sino vivir en plenitud.
