“A mí era lo que más me gustaba de Rusia, una casa humilde de campo. Con esa frialdad, era lo mejor que había los fines de semana. Allí iban amigos, extranjeros, gente de la comunidad argentina. Era como volver a casa”. Así, Laura Adámoli, rememora hoy sus días en la dacha de Rusia, junto a su esposo Leopoldo Alfredo Bravo, quien murió siendo embajador de ese lejano país en octubre del año pasado. La misma casa de campo -dacha, en ruso- que la historia cuenta que el mismísimo Stalin le regaló en febrero de 1953 a Argentina por intermedio de Leopoldo Bravo padre, siendo él embajador. La misma propiedad montada en un exclusivo barrio moscovita que el gobierno ruso está interesado en recuperar, al menos en parte, y por la que Fernando Bravo, otro de los hijos del caudillo, sigue gestionando en Cancillería para que el país no la pierda.
La informalidad de la cesión de la dacha a Bravo, en el esplendor comunista donde no se estilaban los papeles, más el paso de los años, dejó este asunto de Estado dependiendo de la nostalgia de bloquistas sanjuaninos. Fernando cuenta que hace unos meses acudió, sin suerte, a un correligionario, cuyo padre era secretario de Cantoni, a ver si guardaba, entre fotos antiguas, algún documento que avalara la posesión argentina de ese predio de ensueño.
La lucha por la dacha se intensificó tras la muerte de Bravo (h), Polito, quien hasta sus últimos días venía bregando desde su lugar diplomático porque no se perdiera esa propiedad, simbólica por haberla obtenido su padre, de cuya muerte hoy se cumplen exactamente 5 años (ver página 7).
La histórica conversación de Stalin con el sanjuanino fue relatada por el historiador ruso de la Universidad de Toronto, Leonid Maksimenkov, en un artículo publicado en 2003 por Nezavisimaia Gazeta. La charla fue transcripta en su momento por Vishinski, cortesano de Stalin. Y los meetings del líder pudieron ser desmenuzados varias décadas después de su muerte, gracias a la apertura de material en el Archivo Ruso Estatal de Historia Política y Social de Moscú.
Se conoció así, que tras una larga interpelación del ruso al sanjuanino sobre la figura de Evita, Bravo le confesó al estadista que se sentía incómodo con la vida urbana en Rusia. Inmediatamente Stalin le ofreció la casa de campo.
La dacha es una casona de troncos pintada de verde, construida en 1901 y renovada después de la Segunda Guerra Mundial. Es la única dacha cedida a un país latinoamericano en Rusia y para los Bravo tiene un valor afectivo incalculable. Fernando describe la causa familiar como la de toda la Nación Argentina.
Los intentos de recobrar la propiedad por parte del gobierno ruso, por ser una zona muy bien cotizada, los confirma la viuda de Polito, quien cuenta que lo último que supo es que ambos países habían llegado a un preacuerdo para que Argentina cediera un tercio del extenso terreno donde está la dacha, a cambio de conservar las otras dos terceras partes, incluida la casa.
Pero la lejanía y la desconexión formal con Moscú dejó a los Bravo sin confirmaciones sobre la suerte del lugar. En Cancillería, a este diario le dijeron que no están autorizados a informar sobre el asunto.
Laura dice que el nuevo embajador, que hace pocas semanas está en el cargo, hizo una recepción allí hace unos días, por lo que le consta que, al menos la vivienda, sigue en posesión argentina.
Fernando dice que le desilusiona que se pueda perder esa cuna de asados y citas sociales con más de medio siglo de uso argentino, mientras agenda el número del gobernador para ver si puede pedirle un último salvataje político.
