La dirigencia política argentina ha entrado de lleno a disputar cada etapa de este año electoral, sin que la ciudadanía conozca las ideas, propuestas y proyectos para impulsar la decisión mayoritaria de los mandantes. El escenario parece reducirse a un protagonismo mediático donde se entrecruzan calificativos personales o incoherencias ideológicas o partidarias.

Pocos centran las expectativas en los grandes temas del país, los que reclama la opinión pública, como la inflación, la inseguridad, el narcotráfico, la pobreza extrema, y cómo salir de la recesión motorizando el aparato productivo con políticas activas e inversiones genuinas para recuperar mercados externos.

Como lo ha señalado el papa Francisco y también el Episcopado en un reciente documento sobre los objetivos que deberían ser compartidos por todos, es necesario avanzar para superar la marginación e indigencia, la desnutrición infantil, la generación de fuentes de trabajo, el deterioro inflacionario que impide el crecimiento y erosiona gravemente los ingresos de los más pobres, la transparencia en la administración pública, la lucha contra toda forma de corrupción y plena vigencia de los poderes republicanos.

La transparencia es fundamental. El propio Bergoglio, al referirse a estas elecciones, alentó el "control ciudadano" ante representantes de un organismo fiscalizador que lo visitó recientemente. Es que la ética parece una palabra prohibitiva en el lenguaje político y se manifiesta al observar que un ministro autopostulado para la Presidencia de la Nación, controlará al mismo tiempo el cronograma electoral y distribuirá fondos y espacios de publicidad a los partidos políticos, es decir será juez y parte.

Tan grave como esto es la ausencia de debates de ideas, de propuestas, de plataformas que precisen proyectos enriquecedores para contraponerlos en discusiones públicas ante el elector. Esta carencia desvirtúa el marco democrático y constituye una gravísima ofensa para el ciudadano que espera soluciones integrales, no medidas demagógicas que mantengan el clientelismo político, una de las peores expresiones del populismo.

La clase política debe observar este retroceso institucional y volcarse de lleno a considerar los temas trascendentes que debieran tener propuestas consensuadas entre los distintos partidos y los sectores gravitantes de la sociedad, para elaborar políticas de Estado que establezcan metas de desarrollo más allá de los cambios de gobierno.