En ese análisis profundo de la vida sobre cualquier espacio organizado institucionalmente, se infiere -como una constante que no puede soslayarse-, que el pasado tiene influencia sobre el presente. Esta reflexión es importante porque todo ser pensante necesita la claridad de su intelecto para alumbrar su propio camino en el ascendente sendero común que es de todos. No es una visión cosmogónica la que necesita el hombre para descubrir la respuesta. Es simplemente, un acto sencillo de introspección para sincerarse con sus pensamientos, en una época vital cuya realidad palpitante le permiten valerse de la información copiosa de este tiempo prodigioso de la existencia en el planeta.

En el marco expuesto no es necesario que el analista sea historiador, ya que su costumbre es hilar en cosas y hechos para hallar explicaciones que nos permitan avalar con coherencia, pero también con honestidad, la construcción de la historia nueva. Este procedimiento que elabora la inteligencia junto a la voluntad en recíproca correlación, constituye un acto cualificado que visualiza la acumulación última de la cultura. Esta guisa debiera promoverse como estilo educativo. En la medida que la persona humana percibe el flamante instante cultural de su medio, al ser parte inherente de una lógica, será determinante para impulsar con idoneidad y conveniencia el tiempo que viene.

La leguleya Argentina debe frenar su ímpetu vocinglero que no siempre fue sinónimo del hacer. Más nos vale advertir a tiempo los factores que miden en función de la distancia temporal la gravitación del pasado, ante la pretensión del nuevo modo y calidad de participación en la heterogénea sociedad. Al pulcro análisis surge incomprensible que un pasado de orgullo colmado de próceres, nos haya golpeado con extremada crudeza en cada período postrer de la historia, aferrado a la ignominia de un calendario plagado de absurdas divisiones. Después de 158 años de vida institucional, nos asiste mancomunadamente el ineludible deber de superar viejos conceptos fragmentarios para ofrecer a nuestra descendencia, como padres responsables y enamorados, una Argentina fraternalmente integrada en unión constructiva que ponga fin a la pertenencia a tal o cual línea histórica, que +por tanto separar aguas antaño, tanto separó su devenir+.

Las sociedades aprehenden su realidad intrínseca cuando la perciben por la gracia de la prédica enaltecida, misión trascendente inscripta en la exquisitez de la pluma y la belleza de la palabra. Un nuevo paradigma busca afanosamente reconciliarse socialmente desde sus valores culturales con su pretensión de ser. En esa justa apreciación el hombre comprende que debe conocer los parámetros emergentes de la sociedad mundial que ya se plantea, en su rápida evolución, un nuevo orden. Los argentinos, con nuestras creencias y valores seremos protagonistas de esa construcción para la que debemos prepararnos. En esa perspectiva histórica de la vida de la criatura humana en el planeta, no debemos atarnos a ningún fatalismo determinante que ponga en riesgo el tránsito fecundo de la voluntad nacional en la evidente actualidad.

Vienen tiempos de meditación, de profundas reflexiones y de excepcional magnanimidad social. Aunque parezca sublime será un arma de doble filo porque los centros de poder del mundo tendrán notable influencia en todo el orbe como ha sido costumbre y la tendencia materialista de las modernas corporaciones están preparando y ensayando una compleja iglesia materialista, profundamente humanista pero con un dios terrenal complaciente sostenido por el imperio del dinero cuyo templo será construido con sofisticada tecnología para la interconexión de los pedidos con respuestas terrenales que aquieten las almas consumistas. Esta sociedad degradada, de gobiernos sin objeto en medio del nihilismo pujará con el mundo tradicional imbuido de espiritualidad cuya pretensión seguirá siendo la realización de la bondad y el bien común.