Son como puñales: se recuerda como ayer a Lionel Messi pasando al lado, sin siquiera mirarla (mucho menos tocarla), de la Copa América hace un año y dos más atrás de la Copa Mundial. Lo que debía ser alegría y coronación, fueron todo lo contrario: puro lamentos. Dos subcampeonatos en un año. Uno ecuménico y otro continental. Duele. Genera que hasta el propio Gerardo Martino haya dicho en la conferencia previa a la final de hoy ante Chile que ”dejaría de lado el cómo, para conseguir el qué” e incluso fue más allá con ”no podemos perder otra final”. Son frases que marcan las sensaciones de un grupo consagrado e hiper millonario con sus respectivos clubes, pero que con la selección mayor de su país a esta altura ya se hartó de ‘comer mierd*’, como dijo Javier Mascherano, el capitán sin cinta de la albiceleste, tras la derrota por penales en Santiago de Chile.
Hay que hacer bastante memoria para recordar alguna imagen nítida del último títulos de los ‘grandes’. Fue en la Copa América de 1993 en Ecuador, con Alfio Basile como DT. Los goles de Gabriel Batistuta en la final, uno por obra y gracia de la avivada del Cholo Simeone en un lateral, y no mucho más que se vislumbra. Pasaron, aunque cueste creerlo, 23 años. La ecuación da cero respecto a vueltas olímpicas con la mayor, la que vale, la que hace vibrar a un país, porque los Sub o los Juegos Olímpicos (juegan players Sub-23, junto a tres mayores) son otra cosa. Alegrías, es cierto, pero no mucho más que eso. La historia la escribe la mayor, donde toda una ironía, Lionel Messi no sabe lo que es dar una vuelta olímpica. Por eso su frase: ”Cambiaría todos mis récords por un título”. De la última gloria nacional ya pasaron nada menos que 6 mundiales, 7 copas América y 2 copas Confederaciones. Y nada de nada respecto a títulos. Hubo varias generaciones que se quedaron con las mano vacías, aunque contaron con grandes futbolistas. Pero este grupo tiene a uno de los mejores cinco de la historia (Messi, claro) y sigue en el mismo sendero que sus antecesores. ¿Qué falta? Esa es la cuestión…
Si nos vamos un año para atrás en Santiago de Chile, la carencia de temperamento en esa final resultó alarmante. En sintonía con la falta de capacidad táctica que mostró Martino para ganarle la pulseada a su colega y también santafesino, Jorge Sampaoli. Si buscamos hace dos años en el Maracaná ante Alemania, el Mundial se explica que se escapó por la falta de contundencia. La pifiada de Gonzalo Higuaín, solo ante el arquero alemán Manuel Neur, todavía da urticaria. También el zurdazo de Messi apenas desviado y el mano a mano desperdiciado por Rodrigo Palacio, que le costó no volver más a la Selección. El final de la película resultó el mismo, aunque la trama algo diferente.
En esta Copa América Centenario, inédita en su disputa aunque cuenta como un certamen oficial avalado por la FIFA, Argentina se mostró en otro nivel respecto a los rivales que les tocó enfrentar. Tener a Messi en este nivel es un plus decisivo y por momentos hasta pareció que la selección reguló. Casi siempre pegó de entrada y luego demolió a sus contrincantes. Llegó a la final ‘tranquilo’. Claro, el contexto fuera de la cancha está lejísimo de ser el ideal. Con la Pulga criticando a una AFA intervenida por la FIFA y con dos presidentes al momento del minuto cero de hoy en el Metlife: Luis Segura y Damián Dupelliet. Con una jueza federal, María Servini de Cubría, que mañana puede cambiar todo el panorama y directamente llevar a la AFA a la intervención judicial, que según palabras de Segura, desembocaría en la desafiliación de FIFA. Que esta selección esté en las puertas de otra final, es mérito exclusivo de los players y el Tata junto a sus colaborades. Porque de aquella famosa mesa de ‘tres patas’ para lograr éxitos (jugadores, cuerpo técnico y directivos), hay una desaparecida en acción. O mucho peor, pues con cada decisión parece conspirar contra el par restante.
Que sea el día. Que se acaben los llantos. Que las lágrimas sean de emoción y no tristeza. Que Messi y compañía se saquen lo que a esta altura parece una mochila de 50 kilos y den la ansiada vuelta olímpica. ¡Que no se escape!
