"¿Alguien se acordará de mí? Ya me tienen que haber olvidado. Quiero que sepan que estoy vivo y mi bandoneón también". Con pasos cortos y tambaleantes, Marcial Cuello, ciego de nacimiento y hoy pisando los noventa años, tanteó el aire hasta encontrar el sillón. Quiso recibir a DIARIO DE CUYO en su habitación preferida. Aquella donde pequeños elementos narran su historia de vida. Como el más reciente: la medalla y la placa que el Concejo Deliberante le acaba de entregar por "su tarea diaria de regalar música", algo que hasta hace dos años era una postal obligada en la vereda céntrica de General Acha entre Laprida y Rivadavia, a cambio de monedas a voluntad.
Su esposa colocó el reconocimiento junto a una botella de coñac que quedó a medio camino porque desde hace dos años, cuando don Marcial sufrió el accidente cerebrovascular, ya no hay quien le haga los honores. A causa de esa enfermedad fue que el hombre también tuvo que dejar de tocar su bandoneón en la vereda. Lo hizo durante 40 años para mantener a su familia. Su ceguera eterna no le permitió jamás conseguir un trabajo estable ni un sueldo fijo. "No fui un mendigo -sostuvo Marcial, haciendo alusión a esa época de su vida-. Yo trabajaba haciendo música y alegrando a la gente. Y la gente me lo agradecía dejándome unas monedas que no sólo tuvieron un valor económico, sino también sentimental. De vez en cuando me gusta hacer sonar las monedas chilenas y brasileñas que me dejaron los turistas en sus visitas a la ciudad".
Marcial Cuello tiene 87 años, pero la vitalidad y lucidez de un joven. Ni bien le pusieron el bandoneón sobre la falda para tomarle una foto, Marcialito comenzó a tocar y a cantar "Mi amada Teresita", el vals que le compuso a la mujer que desde hace 41 años comparte su vida. Hasta el estribillo, su interpretación fue impecable. Después el llanto hizo que la letra fuera indescifrable. "Bueno, ya está amor, no te pongás triste", le dijo Teresa, su esposa, que decidió tomar la posta en la entrevista para evitar que el bandoneonista se siguiera emocionando.
"Nos conocimos cuando él fue, contratado, a dar una serenata a una vecina mía -contó la mujer-. Me gustó tanto su música que le di un billete para que me cantara algo. A los dos meses nos casamos por Iglesia. Y para estar juntos hasta que la muerte nos separe. Y en las buenas y en las malas".
Con las monedas recaudadas por la música de Marcial y por los trabajos de peluquería de Teresa, este matrimonio pudo concretar el sueño de construir la casa propia. Sueño que se derrumbó con el terremoto de 1977. "Esa fue la primera vez que Marcial dejó de tocar, pero por la tristeza ajena -relató su mujer-. Nosotros nos sentíamos fortalecidos y capaces de juntar moneda tras moneda para levantar nuevamente una casa. Y lo conseguimos".
Teresa contó que la segunda vez que su marido dejó de tocar el bandoneón fue hace dos años, por el ACV. Pero que eso no significó el fin de su carrera artística. Marcialito sigue componiendo canciones. Pero, ahora, para interpretar en el órgano. Sus hijos le regalaron este instrumento para que siguiera haciendo música. Aunque sea para compartir con sus cuatro hijos y dieciséis nietos. Sus principales admiradores. Y encargados de que la historia de Marcial Cuello, el rey del bandoneón, sea conocida en futuras generaciones.
En cuaderno tamaño oficio, con letra manuscrita y bajo el título "Historia de vida de un padre ejemplar", Viviana, la tercera hija de Marcialito, comenzó a escribir la historia de este músico, diciendo: "Marcial Cuello nació el 19 de junio de 1922 en Caucete. A pesar de haber nacido ciego, creció como un niño normal, rodeado de amigos y afectos. Y supo convertirse en hombre, esposo y padre ejemplar. Escribo su historia para que quienes lo lean, sepan que su historia es real. Y no una telenovela".
