Innumerables son las ocasiones en las que el entonces Card. Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, ha emitido afirmaciones en torno a temas de nítido contenido bioético. Es verdad que sus preferencias son más bien referidas a la teología dogmática, o sea, verdades que la Iglesia propone a la inteligencia y a la libertad para creer, pero su visión amplia de las cosas lo llevaron a incurrir en complejas cuestiones de la ética aplicada al don de la vida humana. Remitiré y comentaré algunas pocas, quizás las más destacadas:
Veamos su libro "La sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio", Madrid, 1997. El autor aborda el tema del aborto. Sorprende su precisión: "Muchos ven al niño no nacido como a un injusto agresor que ‘va a disminuir mi espacio vital’, ‘se entrometerá en mi vida’, y al que, por tanto, hay que castigar como a un injusto agresor. Todavía no ha nacido y ya lo ven como a un enemigo o a un inoportuno sobre el que se puede disponer".
El aborto es ‘legal’ en tantos países. E incluso el aborto clandestino no desaparece en dichos lugares, como lo demostró el "Informe Colombo" en Italia después del referéndum de 1978. Es que lo legal no siempre va de la mano de lo moral.
Preguntado acerca de la cuestión de los anticonceptivos, responde: "Los graves problemas morales nunca se pueden solucionar por medio de la técnica o de la química; los problemas morales sólo se solucionan moralmente, es decir, cambiando el modo de vida". Explica después la enseñanza sobre la paternidad responsable, que los matrimonios cristianos están llamados a ejercer.
En pocas páginas anteriores comenta con sentido común acerca de otra cuestión: la necesidad de no escatimar recursos "ordinarios" y "proporcionados" a pacientes terminales. De ahí la necesidad de suministrar siempre agua y alimentación a dichos enfermos terminales. Esto nos recuerda aún al reciente caso de Eluana Englaro, a quien se la dejó morir por decisión judicial, constituyendo un lamentable caso de eutanasia, y que conmocionó a Italia y al mundo.
En cuanto al tema de la ecología el lúcido teólogo propone el equilibrio entre el hombre en tarea de purificación y el mundo no contaminado. Las dos cosas de la mano, porque es la persona o grupos de personas egoístas que atentan contra la naturaleza. "El capítulo 8 de la Carta a los Romanos lo explica muy claramente. Dice que Adán, o sea, el hombre interiormente contaminado, trata a la creación como una especie de esclava y la somete, y que la Creación sometida gime por ello. Hoy en día escuchamos a la Creación gemir como nunca". Y en la "Homilía Inaugural" de su pontificado, en la plaza de San Pedro, en sintonía con lo anterior, expresó: "Los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos pueden vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción".
Ya ejerciendo la silla de Pedro, Benedicto se ha pronunciado de mil modos en temas de bioética: sobre la responsabilidad de la sexualidad, el SIDA, el infame comercio de órganos, el terrorismo, etc. En este viaje de mayo de 2009, en la mezquita de Amman, el Papa ha llamado a cristianos y a musulmanes a trabajar juntos con "la razón" en la promoción de valores fundamentales para la humanidad. Las religiones al unísono en valores claves de la historia. Es la forma de superar desencuentros. Y dejar atrás, como página gastada, el mito del relativismo. "El dejarse llevar aquí y allá por cualquier viento de doctrina, aparece como la única actitud a la altura de los tiempos modernos. Se va construyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sitúa como cuestión última el ego y su voluntad" nos decía el papa alemán en 2005. Un escritor español, Javier Sádaba nos dice: "verdades absolutas ya no hay, es una contradicción en los términos". Ojalá esta línea de pensamiento y acción se vea clarificada y superada por el buen uso del logos. Razón que nos deja al menos en los umbrales de la fe. Al fin y al cabo, fe y razón son dos amigas del alma.
