Es imprescindible, en este siglo XXI poder reconstruir la vida, las ideas, las palabras, sobre las ruinas de la muerte y la guerra, tan propias del racionalismo del siglo XX. Hablar sobre la fuerza de la vida es hablar sobre un cambio radical que la humanidad actual necesita hacer. Es decir, se torna casi necesario ‘reconstruir’ el lenguaje cotidiano, para poder comunicarnos eficazmente. Para ser más precisos: Dos gigantes de la filosofía de la ciencia del siglo XX, Popper y Kuhn, reflexionaban sobre la actualidad de la ciencia, y en esta línea escribía en 1998 Suarez Iñiguez: ‘La fuerza de la razón una introducción a la filosofía de Karl Popper’. Precisamente, en este comienzo del siglo XXI retornar al sentido de ‘La fuerza de la vida’, implicaría ir a lo concreto y eficaz. Una forma de actualizar la vida y las ideas empieza revalorizando el lenguaje tan vanalizado actualmente. Veámoslo en un ejemplo concreto: la realidad actual del terrorismo se atacó con más control y guerras. Sin embargo, también es importante entender, que si la dirigencia, el estado, los organismos internacionales, no cambian el modo de comunicar o de llegar más eficazmente, todo queda en la arena movediza de las buenas intenciones. Cambiar los discursos y la política ayudaría.
¿En qué se debería cambiar el discurso? Las palabras si corren atrás de la imagen, fuerza bruta, sólo compiten por posicionar un discurso o a alguien, que en ver el contenido, de lo que realmente se quiere transmitir. A ello, se lo puede palpar nítidamente en el discurso político-económico. Y, una persona, puede actuar de buena fe o de mala fe. Si alguien actúa de mala fe buscará la distracción y el aplauso, pero enarbolando desde esas palabras, una barrera de aislamiento. En cambio, si uno actúa de buena fe, podrá lograr reconstruir el lenguaje, en un puente de enlace que cambie las cosas. La fuerza de la vida busca reivindicar la importancia del cuidado de los que me rodean, no tanto del mío, porque nadie es dueño de apropiarse de todo lo que le rodea. Esto es otro invento del capitalismo salvaje y del lenguaje improvisado para provecho propio. La fuerza de la vida razona desinteresadamente desde un lenguaje reflexivo lleno de fe y esperanza.
¿En que cosas deberíamos cambiar? En la mayoría de los países del mundo aflora una deuda real de los estados, hacia cada uno de los ciudadanos. Debería haber más hechos que palabras, pero sin caer en el palabrerío ausente de los hechos. Debería haber un cambio radical en la política empezando a ver que el docente, obrero, plomero, y cada uno desde su función, aportan un gran servicio al engranaje del Estado, en el cual el político no está por encima, sino que es un servidor más. Los privilegios propagaron castas y mafias. Y, la segregación, surge del egoísmo. Precisamente, la idea del gusto por la muerte, en la matanza con el nombre de Dios, se asocia a la exclusión. La pobreza alimenta el odio, luego a la impotencia, ésta a la violencia, y así se alimentan mutuamente.
¿Cómo se debería cambiar el lenguaje? Las palabras, llenas de contenido que alimenten la fuerza de la vida, para reconstruir la política y todas las cosas, urgen de la vibración de la fe. Justamente, la fe no es sólo una cuestión religiosa, sino aquello que permite salir del embotamiento. Sin la fe lo que queda es la resignación total. Y, la fe con amor, nos permite reflejarnos en el otro. Permite construir el camino de la realidad. Salir de la mera intuición chata de las cosas. Ello no es utópico, sino construir la pasión verdadera, a la despasión lastimosa: ¿Cual es pues el sentido de la vida sin amor? Detenernos en intereses mezquinos, y utilizar palabras para justificar esos intereses. Y, el lenguaje se va achatando tanto, tanto, que cada vez afloran más palabras paupérrimas, que ni un avezado buzo en la profundidad del mar, sería capaz de dilucidar, en tanto enredo y oscuridad. No obstante, la fe y el amor se alimentan mutuamente engendrando la esperanza, y ésta, es la que permite el renacimiento de ideas sólidas. La fuerza de la razón creída de todo, finaliza con la despasión lastimosa, del fundamentalismo al creernos infalibles, cuasi dioses, o en creernosla.
¿En qué reside nuestro lenguaje obstaculizador? El mal de nuestro mundo es el mal de la mezquindad del amor. Es que la fe permite hacer los movimientos de la infinitud para cumplir con los de la finitud. A la ciencia, sólo le interesa lo palpable del razonamiento finito, alejándose cada vez más del sentido infinito. Por lo tanto, la fuerza de la vida, implica reconstruir el lenguaje dialógico con acciones de buena fe.
