Es difícil no llegar a esa conclusión después de ver a políticos como el presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, John Boehner, y a diarios como The Wall Street Journal aplaudiendo el golpe del 3 de julio que derrocó al expresidente egipcio Mohamed Morsi, o ver que el gobierno del presidente Obama -si bien expresó su "’preocupación” por los hechos- hizo piruetas retóricas para evitar describir como un golpe lo ocurrido en Egipto.
Y es difícil no temer un nuevo retroceso de la defensa de la democracia en todo el mundo después de que Arabia Saudita, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos celebraron el golpe, y le prometieron al nuevo gobierno militar de Egipto 12.000 millones de dólares en ayuda económica.
Poco después del golpe, Boehner, declaró que el ejército egipcio es "’una de las instituciones más respetadas” de ese país, y que "’creo que sus militares, en nombre de los ciudadanos, hicieron lo que debían hacer al reemplazar al presidente”. En su editorial del 4 de julio, The Wall Street Journal llego al extremo de decir que "’los egipcios serían afortunados si sus nuevos generales gobernantes siguieran el ejemplo del chileno Augusto Pinochet, quien asumió el poder en medio del caos, pero reclutó a reformistas partidarios del libre mercado y generó una transición hacia la democracia”.
Muchos partidarios del golpe de Egipto señalan que el propio Morsi había violado las reglas democráticas imponiendo a todos los egipcios la voluntad de su movimiento, los Hermanos Musulmanes, convirtiéndose así en un autócrata electo, de manera muy similar a lo que ocurrió en Venezuela con el presidente Hugo Chávez. Tras ser elegido en 2012, Morsi trató de imponer a todos los egipcios reglas islámicas fundamentalistas, permitió la persecución de los cristianos coptos y de los musulmanes chiitas, y trató de asumir poderes absolutos. Y encima de todo eso, su incompetencia administrativa hundió aún más en el caos la economía de Egipto. Por ello los defensores del golpe argumentan que fue un golpe "’popular”.
Eso ocurrió con diferentes variantes tras los golpes militares de Pinochet en Chile, y de los generales en Argentina y Brasil en la década de 1970. Y es probable que lo mismo ocurrirá en Egipto, especialmente después de la muerte de 51 militantes islámicos producida esta semana. Eso creará nuevos "’mártires” y le dará a los Hermanos Musulmanes de Morsi una causa que pronto eclipsará los recuerdos de su mal gobierno.
Entonces, ¿qué habría que hacer con los presidentes democráticamente electos que abusan de sus poderes? No hay una respuesta fácil, pero la menos mala a largo plazo probablemente sea enfrentar a los dictadores con la regla de las tres "’P”: protestas, presión y paciencia.
La oposición egipcia debería haberse unido para ganar las elecciones parlamentarias en octubre, y las elecciones presidenciales dentro de tres años. Morsi hubiera tenido que dar marcha atrás en su autoritarismo o convertirse en un dictador mucho más represivo, y menos tolerable para el resto del mundo. En cualquier caso, le hubiera sido difícil aferrarse indefinidamente al poder.
