El 11 de enero de 1861, a las 10 de la mañana, se enfrentan las adiestradas tropas federales comandadas por el coronel puntano Juan Saá, con las veleidosas fuerzas sanjuaninas que dirigía el Dr Antonino Aberastain, en los agrestes alrededores de lo que es hoy el cementerio departamental de Pocito.
Al momento de la batalla era un terreno solitario, montoso y árido, propiedad de los Rojas, por distribución de tierras cultivables en mérito a las reales mercedes, con dos corrales de cabras y unos equinos al cuidado de unos criollos lugareños, que habitaban una precaria vivienda poco más al Norte. Las lomadas pedregosas, chañares, algarrobos, tuscas y cañaverales al costado del canal y un horizonte de pasturas forrajeras complementaban el soleado paisaje.
Unos pocos algarrobos del entorno han sido testigos forzados del drama, y merecen al menos esta mención, pues como penitentes subsisten y advierten para orientar al pasajero dónde vive la historia sanjuanina dolorosa tallada con sangre antigua. Hay escritos sesgados sobre la pelea y sus características que son poco históricos y creíbles.
El canal se bifurcaba en este lugar, para surtir agua a los incipientes terrenos cultivables de las zonas bajas y sureñas. El cauce fue desviado para anegar el terreno con la finalidad de entorpecer el movimiento del enemigo, junto a la excavación de fosos y amontonamiento de grandes piedras a modo de parapetos fortificantes.
Aberastain, que había sido designado gobernador 10 días antes por un grupo de notables, llegó al lugar el 9 de enero y habiéndolo reconocido y analizado, levantó su campamento sobre Calle 15 y el canal, disponiendo de 1.200 hombres ilusionados, en su mayoría pertenecientes a la clase más acomodada de la sociedad de entonces apoyados por gente común. La primera Rinconada le sirvió de experiencia, en base a datos bien analizados por él para no cometer errores, pero era el suyo un intelecto consolidado y hábil en mansos terrenos, donde la fuerza y el valor humano se miden en otros términos y ardores. La táctica y la logística estratégica quedaron en manos de viejos guerreros, parientes y jóvenes inexpertos, que habrían de pelear, sufrir y morir sin misericordia en una lucha desigual. Su ejército estaba compuesto por dos batallones de infantería, otros tantos de caballería y uno de artillería con sólo tres cañones pequeños.
Acompañaban a Saá sus hermanos Francisco y Felipe, el gobernador de Mendoza Laureano Nazar (principal instigador), Felipe Varela, el Chacho Peñaloza y algunos sanjuaninos federales disidentes, conformando un cuerpo militar bien estructurado y valeroso a vuelta de años, andanzas y cicatrices. Más allá de su disciplina, la compulsión y el saqueo a la población civil movilizaban el entusiasmo peleador de la tropa y acicateaban sus inocultables propósitos enardecidos, a pesar del freno porfiado impuesto por su jefe.
Santiago Derqui era el presidente de la Confederación Argentina, Mitre el gobernador de una Buenos Aires altiva y centralista, y Urquiza como amo y señor en las sombras. Sus enfrentados intereses condicionaron esta etapa de la historia de disensiones, guerra civil y abono de sangre para organizar, legislando, y convivir en una república constitucional abarcativa y unificada desde lo institucional y jurídico. De hecho y por derecho, la República Argentina, en la letra de la ley, existe sólo desde el año posterior al desgarrador suceso rinconense.
San Juan era un conjunto de intemperancia, sinrazón y desenfreno de pasiones en donde los hombres no tenían cogote de repuesto, al decir sarmientino, para ocupar posiciones estables. Aberastain era un hombre de 50 años, abogado, desterrado y reubicado en su tierra natal de 8 años atrás, fogoso, corpulento, casi hosco, de espíritu educado en su vida hogareña, profesional y social. Su condición intelectiva superior no interpretó este escenario de fuerzas y situaciones montaraces, rústicas y convulsivas. El principio de autonomía provincial no respetado por un gobierno confederado débil, tampoco lo fue cuando lo detentaron otros hombres, sanjuaninos pero con ideas antagónicas de sector. A Benavídez y Virasoro les valió la vida, extirpada con senda alevosía, traición y cobardes procedimientos. Los intereses políticos nunca fueron equilibrados y en ese acuerdo de ley, orden y paz social, habría de residir la convivencia y el bienestar del federalismo bien interpretado.
Esta segunda Rinconada queda como un triste reguero -casi una inmolación- de vidas y situaciones, pérdidas de recursos y amargas enseñanzas. Es imposible comprender tanta furia entre hermanos si no se trata de cavar en el tiempo y sus actores, y la crudeza de la institución republicana idealizada con orden y leyes.
(*) Médico Clínico.
