El 12 de abril de 1885 arribaba a San Juan el presidente de la Nación, Gral. Julio Argentino Roca. Lo acompañaban los abogados Luis y Roque Sáenz Peña, su cuñado Miguel Juárez Celman, Bernardo de Irigoyen, Carlos Pellegrini y el ingeniero Emilio Mitre, además del conjunto de casi cuatrocientas personas de empresarios, financistas, comerciantes y ejecutivos nacionales. Había llegado por primera vez el tren. Nunca más habrá un acontecimiento de ese nivel. Cinco presidentes argentinos, de aparentes distintos signos políticos y amena circunstancia, juntos en San Juan. Venía soplando ya el zonda del progreso y la civilización. Curiosamente, no estaba el gobernador titular Dr. Carlos Doncel, quien se quedó en Mendoza luego del acto local.
Fueron cuatro días de fiesta y jolgorio popular con los asuetos administrativos correspondientes.
La delegación comercial y política acordó sendas relaciones positivas y fructíferas.
Pero el tucumano Roca ya había estado en esta capital, luego de la batalla de Santa Rosa en noviembre de 1874, de una forma amenazante y clara para alejar del gobierno al mitrista gobernador sanjuanino quien, con el gobernador de Mendoza, se oponía a la asunción del presidente Nicolás Avellaneda. Rumbo a Chile se fue un tal Gómez Rufino sin presentar pelea.
Así concluía la denominada Revolución del "74 encabezada por el general Bartolomé Mitre.
Muy a gusto y sin desviarse del carril, el entonces coronel Roca dejó, en los tres días de su estancia, una semillita ("era un secreto a voces, recogido por la mejor tradición” deslizará el Dr Horacio Videla en su historia) que reconocerá diez años después, coincidiendo con el arribo del primer tren, cuando observa al niño, lo halaga y corresponde en sus estudios elementales. Nunca más lo verá: era su propia imagen. En sus puntillosas memorias, el discutido general jamás lo menciona, amén de otros ligeros olvidos que alivianan sus terrenales devaneos.
La paz y administración de su gobierno -doce años en dos períodos- será una ventana a otro mundo que él mismo conocerá de manera fina y consecuente, al descender ya del pedestal y recorrer durante cuatro años con toda su familia a esa vieja Europa que lo agasaja y desvela.
Ya en el final se recluirá en La Larga, su fenomenal hacienda bonaerense cerca de Daireaux, autoconcedida en el selectivo reparto del "desierto” conquistado, y aún hoy de sus herederos.
El pasado 19 de octubre se cumplieron cien años de su muerte. Para seguir discutiéndolo entre odios y quereres, el reconocimiento y la negación.
Esta pincelada de su andar sanjuanino vale, porque toca al hombre en su dimensión humana y agrega una semblanza biológica a la historia que lo encarna.
(*) Médico clínico.
