¿Se vació o lo vaciaron? ¿Se fue o lo fueron? ¿Dijo lo verdad o mintió sobre su regreso frustrado a Boca? De acuerdo a quién y desde dónde analice a Juan Román Riquelme serán las respuestas para, solamente, tres preguntas que quedarán en el aire tras el "no vuelvo" del máximo ídolo en la historia del Xeneize. Lo cierto es que el enganche de 34 años no jugará próximamente en nuestro fútbol doméstico y con ello se pierden, junto al ya retirado Juan Sebastián Verón, los últimos dos grandes cracks. Llevando las comparaciones a los argentinos que están en Europa, tampoco hay un Riquelme. Su amigo, Pablo Aimar, puede tener algunas similitudes, pero el cordobés es más vértigo y menos reflexión. Lo de Lionel Messi es otra cosa, no porque el zurdo no pueda llegar a jugar bien de enlace, sino porque el rosarino es "de otro planeta’.
Riquelme deja a Boca y a los degustadores del buen fútbol sin sus pases bochinescos. Sin la pausa justa,dentro de un fútbol plagado de velocidad y musculación. Cuando todos corren, Román piensa y elige habitualmente de manera acertada. El diez tiene ascendencia como los Perfumo, Passarella o Basile sobre sus compañeros, ya sean veteranos como él o bien juveniles que lo escuchan y respetan de manera poco común. Riquelme podrá jugar bien o mal, podrá estar en malas condiciones físicas y por eso caer en la irregularidad, pero nadie podrá discutir su carácter para llevar el peso de la número diez de Boca.
Ganó 11 títulos con el club de sus amores en sus tres etapas, siendo la Copa Libertadores del 2007 su punto máximo de rendimiento. Parafraseando con Maradona, ese equipo era "Román y diez más". El sábado por la mañana congeló al mundo xeneize al remarcar que no vuelve "porque tiene palabra". Dejó de lado el pedido de Bianchi y siguió con su decisión. Es tiempo de empezar a extrañarlo.
