En momentos en que el Kremlin y la Casa Blanca buscan mejorar sus relaciones bajo la nueva administración de Barack Obama, el presidente de Rusia, Dimitri Medvedev, acusó a la OTAN de incrementar su presencia militar cerca de las fronteras del país, a la vez que anunció un ambicioso plan ruso de rearme a gran escala.
La decisión de Medvedev se produce a pocos días del primer encuentro con Obama, previsto para el 1° de abril en la cumbre del G-20, en Londres, buscando analizar las perspectivas para la firma de un nuevo tratado para la reducción de armas nucleares. La actitud rusa es comprensible. Ese primer contacto iniciará la gran negociación Este-Oeste, que incluirá el sensible tema de Irán, la eventual prolongación del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, que expirará en diciembre, y la ayuda que Rusia aportará a los países occidentales en Afganistán.
Irritada por la presencia militar estadounidense en lo que considera su zona de influencia, Rusia aprovecha la crisis mundial y el cambio de gobierno en Estados Unidos para consolidar los objetivos de su propia agenda y armar un dispositivo que hace recordar al Pacto de Varsovia. Diez años de bonanza económica le permitieron a Moscú acumular 385.000 millones de dólares de reservas y un fondo de estabilización de más de 170.000 millones. Con esos recursos puede disipar la tentación occidental de los líderes de las ex repúblicas soviéticas, en busca de créditos baratos e inversiones. A cambio, Moscú exige concesiones militares y políticas.
Es el caso de Kirguizistán, la más pobre de las repúblicas de Asia Central, donde EEUU poseía la base de Manas, crucial para las operaciones de la OTAN en Afganistán. En febrero, Kirguizistán pidió a EEUU que se retirara; minutos antes había obtenido la condonación de un préstamo ruso de 2000 millones de dólares, una ayuda de 150 millones de dólares, e inversiones energéticas: Una clara victoria de Rusia. El principal objetivo del Kremlin es controlar no sólo a las fuerzas del terrorismo islámico, sino también a EEUU y a la OTAN. De este modo se ha transformado en una importante fuerza regional que consiguió atraer incluso la atención de naciones como Afganistán y Nueva Zelanda, histórico aliado de Washington.
Con mayor frecuencia, Medvedev está mostrando que se aleja de los caminos marcados por su antecesor, Vladimir Putin.
