Un día, una de las monjas que prestaba su asistencia y servicio en el apartamento pontificio del Vaticano vio a Juan Pablo II particularmente fatigado, confiándole estar "preocupada por Su Santidad". "También yo estoy preocupado por mi santidad" fue la sonriente y fulminante respuesta del Papa Wojtyla. Era una preocupación infundada, ahora que la causa de beatificación está próxima a concluirse y dentro de poco tiempo el pontífice polaco será elevado a los altares. El libro del postulador de la causa, el sacerdote Slawomir Oder, escrito con el periodista Saverio Gaeta, comienza con la anécdota relatada al inicio del presente artículo, revelando testimonios inéditos surgidos durante el proceso de beatificación. He tenido el honor de estar en la presentación de ese libro titulado "Por qué es santo", a cargo del cardenal José Saraiva Martins, prefecto emérito de la Congregación para la Causa de los Santos. Entre los hechos inéditos más interesantes del texto, se encuentra un documento relativo a la dimisión de Juan Pablo II. Con el aproximarse a los 75 años, en 1994, hizo estudiar la posibilidad de dejar el oficio de Romano Pontífice, teniendo en cuenta la enfermedad que padecía, el mal de Parkinson. Finalmente "después de haber orado y reflexionado extensamente", con conciencia de que en la Iglesia "no hay lugar para un Papa emérito", Wojtyla decidió continuar, pero informando antes al Colegio de Cardenales, "haber ya puesto por escrito" desde hacía mucho tiempo su voluntad de renunciar "en el caso de enfermedad que se presuma incurable" y que le impida ejercer su ministerio.
Fuera de esta hipótesis, escribió: "advierto como grave obligación de conciencia el deber de continuar desarrollando la misión a la cual Cristo el Señor me ha llamado, hasta cuando él, en los misteriosos designios de su Providencia lo quiera". La carta autografiada de la dimisión está fechada el 15 de febrero de 1989, y es significativo que la haya escrito antes que comenzara a padecer el Parkinson. El Papa declara querer renunciar a ese encargo "en caso de enfermedad, que se presuma incurable, de larga duración, y que me impida ejercitar suficientemente las funciones de mi ministerio apostólico, o en el caso que otro grave y prolongado impedimento sea un obstáculo", dejando al Cardenal decano, al Vicario de Roma y a los Prefectos o presidentes de los diversos dicasterios o ministerios que ayudan al Papa en su trabajo al servicio de la Iglesia universal, "la facultad de aceptar o de hacer operativa" la renuncia.
En el libro, que aporta 114 testimonios a las actas de la causa, omitiendo los nombres de los testigos, se confirman los aspectos místicos de Juan Pablo II y su diálogo con la Virgen María. Uno de sus colaboradores, mientras hablaban de las apariciones marianas, le preguntó si había visto a la Virgen. La respuesta del Papa fue contundente: "No, no he visto a la Virgen, pero la siento". A la luz de estas palabras y de los múltiples testimonios, se atestigua como Wojtyla creía en las apariciones de la Virgen en Medjugorje. El libro destaca las palabras por él pronunciadas en 1987, durante un breve coloquio, a la vidente Mirjana Dragicevic, a quien le confió: "Si no fuese Papa, me iría a Medjugorje para atender confesiones". Igualmente, la relación mística con el Padre Pío, encuentra una nueva confirmación. Un testigo que tuvo una audiencia con Juan Pablo II, después de haber participado en la Misa por él celebrada en su capilla privada, a cierto punto del coloquio tuvo la impresión de que hubiera desaparecido el rostro del pontífice y aparecer en su lugar la imagen benévola del rostro del Padre Pío. Cuando le reveló su experiencia al Papa, éste le respondió con simplicidad: "También yo lo veo".
Igualmente se presenta de modo claro el testimonio sobre las mortificaciones corporales a las cuales Wojtyla se sometía: "Él mismo infligía a su cuerpo ayunos y mortificaciones". Con frecuencia pasaba la noche tirado en el piso en vez de descansar en una cama. Pero no se limitaba a esto. Como lo han atestiguado algunos miembros que colaboraban con él cuando era arzobispo de Cracovia y Papa en la Santa Sede, "en Polonia y en el Vaticano, Karol Wojtyla se flagelaba. En su armario se encontraban perchas con unos cintos particulares para los pantalones, que incluían cilicios para castigar su cuerpo, y que los llevaba siempre a la residencia veraniega de Castel Gandolfo". También se confirma la información brindada por los servicios secretos italianos al Vaticano, donde se indicaba la existencia de un proyecto de secuestro del Papa por parte de la organización terrorista "Brigadas Rojas", antes del atentado de Agca. No falta tampoco un testimonio sobre la política italiana en referencia a la Liga del Norte. Juan Pablo II observaba con preocupación las ideas separatistas que amenazaban la unidad de Italia, país estratégico para la Santa Sede. Por eso es que unió en la persona del Vicario de Roma el cargo de Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana.
