Uno de los argumentos que se usan para denostar a Domingo Faustino Sarmiento es la famosa frase que escribió en una carta a Bartolomé Mitre sobre los gauchos y que el escritor Horacio Videla reduce a una "imprudencia verbal”. Tenía razón el autor de la mayor "Historia de San Juan”, porque lo que expresaba Sarmiento era su deseo de cambiar la idiosincrasia de aquellos gauchos de mediados del XIX, sin paradero fijo, semi nómades (casi como herederos de los arrieros de la colonia), que no contribuían al desarrollo y a los avances tecnológicos que harían grande a nuestro país, pero nunca "exterminar” a nadie. Hoy los gauchos son paisanos ejemplo de trabajo y progreso indiscutibles a lo largo y ancho de la Argentina. No necesitan lucir todos los días su bella indumentaria (proverbiales camisa, chaleco, chaqueta, bufanda, tirador, poncho en invierno y culero para proteger sus piernas de los animales) para sentir ese acervo que José Hernández interpretó en su obra cumbre (concretamente en la segunda parte, La Vuelta de Martín Fierro), como la de aquel ser que sufrió la persecución por la mera condición "de ser distinto”. En realidad fueron dos cartas de Sarmiento al mismo presidente en las que aludió a los primeros gauchos sobre lo que él consideraba un escaso apego al trabajo. Una es del 20 y otra del 24 de septiembre de 1861. En la primera comienza diciendo: "Tengo odio a la barbarie popular (…) la chusma y el pueblo gaucho nos es hostil (…)”. Para abordar este tema que suele nublar injustamente la monumental obra del sanjuanino enaltecido por Miguel de Unamuno, notable filósofo español de la generación del 98, y admirado por Jorge Luis Borges ("Sarmiento, el soñador, sigue soñándonos”) cito aquí expresiones del mencionado historiador Videla y del filósofo y escritor argentino, nacido en Rumania, Tomás Abraham. Horacio Videla se detiene con mayor amplitud a analizar y responder todas las críticas que se han hecho al autor de "Facundo” en uno de sus clásicos, "Acusación y Defensa”: "No ahorrar sangre de gauchos”, dijo el que no derramó una sola gota de sangre de gaucho. Temperamental siempre, cuanto sin malicia, Sarmiento se ganó por esa imprudencia verbal la leyenda de preconizar el exterminio de gauchos e indios, que en la matanza de la guerra fraticida otros llevaron a cabo sin perdonar vidas a gauchos ni gobernadores (Lavalle con Dorrego, los Reinafé y quizás Estanislao López con Quiroga, Pascual Echagüe con Berón de Astrada, Aldao con Acha, Urquiza con Chilavert, los liberales sanjuaninos con Benavides, Virasoro, Saá con Aberastain). Siempre el cuyano espontáneo, como él mismo lo dijo, no sólo es "el peor testigo contra si mismo”, sino hasta el que pone el pasto para la calumnia al alcance de la mano de sus detractores”. Y sigue diciendo Videla: "El bárbaro e inútil asesinato de Olta, exabrupto de un torpe oficial de milicias con mando, no les es moralmente imputable, aunque en el santo ardor de consolidar el orden y el respeto a la ley, concluyendo con la guerra civil y las depredaciones de la montonera de las que ya estaba hastiado el país, cayera en 1863 Peñaloza, sometido a la ley, como cae un justo entre tantos culpables. Sarmiento quería vivo al Chacho, y lo proclamó públicamente en un bando difundido en toda la provincia poco antes del hecho; para juzgarlo ante jueces naturales y condenarlo a muerte por las fechorías que, equivocado, le atribuía muy convencido. En todo caso, hubo imprudencia, nunca crimen deliberado. Por desgracia, el grave error cometido y el exceso de escrúpulos del presidente de la república, su amigo, que se apresuró a absolverse a sí mismo en una nota al gobernador de San Juan del 25 de diciembre, que se diría que su verdadero destinatario era la historia, suministró apariencias a la acusación contra Sarmiento de haber mandado asesinar al general Peñaloza. En la oportunidad, el general Mitre dijo, admonitivo: "Aún cuando comprendo la exactitud de sus vistas, sin embargo, no he podido prestar mi aprobación a tal hecho. Nuestro partido ha hecho siempre ostentación de su amor y respeto a las leyes y a las formas que ellas prescriben, y no hay a mi juicio un sólo caso en que nos sea permitido faltar a ellas, sin claudicar de nuestros principios”. Para el mismo autor de la mayor Historia de San Juan, "la condición del gaucho de la patria y del aborigen, entraría también en las preocupaciones y proyectos de ese hombre en su interior vernáculo, que no podía dejar de amarlos. Eso si, a su modo, como factores útiles para el progreso y la civilización, como el niño, el maestro y la escuela.
A su vez, Tomás Abraham, filósofo y escritor argentino nacido en Timisoara, Rumania, en 1947, autor de una vasta obra literaria, acaba de publicar en su página Web y reproducida en la edición de este domingo del diario "Perfil” la columna titulada "El malentendido”, en la que formula su juicio sobre la obra de Sarmiento y subraya el tan mentado tema objeto de este artículo: "(…) El maestro de maestros no se quería comer a los gauchos, no era un caníbal racial. Eso sí, a laburar (…) Y lo que llamaba educación popular es lo que hoy llaman sociedad de conocimiento: estudiar para producir, estudiar para progresar, estudiar para transformar”. Para Sarmiento, dice también Abraham, "la industrialización y el progreso necesitaban de la educación popular…”.
